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Carmen Miranda Caicedo, la veterana del tejido con bejucos

Tiene 80 años y vive en un hogar de ancianos, allí sigue con sus labores de tejer.

A sus 80 años, Carmen Miranda Caicedo, sigue tejiendo canastos con bejucos y fibras naturales. Por su condición de pobreza, fue recibida en el hogar de ancianos de Pamplonita, y allí aprovecha el tiempo para tejer.

A las seis de la mañana emprende la labor que según ella empezó hace 72 años, cuando tomaba de la naturaleza fibras y a escondidas se ponía a hacer canastas y cruces.

De esta manera y siguiendo los consejos de sus padres Felipe Miranda y Julia Caicedo, poco a poco fue aprendiendo los secretos del oficio que no ha podido dejar de hacer en ocho décadas que tiene de existencia.

“Nací en la vereda Honda de Chinácota y me bautizaron en Rangonvalia, ya grandulona”, dijo.

A pesar del trajinar de los años, recuerda que cuando niña los papás se vinieron a vivir en el sector de Potreritos, cerca a la vereda El Picacho (Pamplonita).

En los verdes paisajes compartió la niñez con sus hermanos Martín e Inocencia, esta última fallecida. Con ellos le tocaba ayudar a los padres en las labores del campo, por lo que no tuvieron tiempo de estudiar.

Además el papá les decía que eso no era necesario y que no servía para nada, que lo mejor era trabajar.

Tuvo novios pero por estar al lado de los padres, no se quiso casar, pensando en quien vería de ellos. Cuando tenía 19 años falleció la mamá y se tuvo que hacer cargo del hogar, pues su papá estaba enfermo de un brazo.

Cuando él falleció, para sobrevivir, le tocó lavar ropa y desempeñarse en labores domésticas.

En los ratos libres se dedicaba a hacer canastos, que los vendía a los productores de café, maíz, papa y para otras necesidades en la zona agrícola de Pamplonita, Bochalema, Durania y Chinácota.

En su estadía en el asilo, después de que se baña, desayuna y escucha la misa por televisión, emprende la labor que le permite hacer durante el día varios canastos que ahí mismo lo vende a los visitantes.

La labor la hace solo utilizando un cuchillo viejo y una aguja hecha de alambre grueso.

“Todavía tengo los ojos buenos para seguir entrecruzando la fibra. A mi edad todavía veo bien”, dijo con picardía, la misma que le pone a cada frase que suelta.

En las manos se le ve la fatiga del trabajo y de los años. En el dedo pulgar de la mano derecha, el filo de la fibra le ha ocasionado peladuras.

A pesar de esta situación, persiste en la labor que dejará, según afirma, cuando no pueda ver y las manos se resistan a seguir manipulando el bejuco.

Para elaborar un canasto, primero tiene que sacar del bejuco las hebras finas y gruesas. Las hilachas que van quedando las utiliza para hacer los canastos más pequeños que son utilizados como artesanías.

La materia prima se la traen de la zona veredal de Pamplonita, la que paga con los pesos que va reuniendo con la venta.

Los canastos tienen precios que van desde los $500, hasta los $10.000, los más grandes.

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Domingo, 5 de Febrero de 2017
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