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Rubén Zamora, de duro de la coca a duro de la sustitución

Habla con La Opinión el exjefe del frente 33 de las Farc en el Catatumbo

Su presencia no pasó inadvertida en La Habana, la sede de los diálogos que las Farc desarrollaron con el Gobierno, y de los que hizo parte durante dos años.

Rubén Zamora o Emiro del Carmen Ropero Suárez, su nombre de pila y ese que decidió cambiar hace 30 años, cuando se vinculó a las Farc, fue el encargado de hacer que Simón Trinidad, el jefe guerrillero preso en los Estados Unidos, no estuviera ausente en la mesa.

Una imagen en tamaño real del extraditado guerrillero lo acompañó desde que comenzaron las conversaciones y hasta finales de 2014, cuando regresó a Colombia, al Meta más exactamente, para cumplir labores de pedagogía de paz entre las tropas guerrilleras.  “Simón es un símbolo de la dignidad nuestra. Sentía que debía estar en mi lugar en la mesa y con muchísimo gusto me hubiera hecho a un lado”, asegura.  

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Y aunque Trinidad nunca llegó, Zamora, el recordado comandante del frente 33 de las Farc que durante años impuso su hegemonía a sangre y fuego en el Catatumbo, no pierde la esperanza de que el exlíder del Bloque Caribe regrese para hacer parte de la transición que hoy vive la guerrilla más vieja del hemisferio. Y no la pierde porque dice ser un hombre de convicciones, esas mismas que durante tres décadas lo llevaron a creer que el final  de su alzamiento en armas no sería la muerte sino la paz.

El líder que se rebeló para no ser asesinado

El ingreso de Rubén Zamora a las Farc, en 1987, fue producto, dice, de la persecución a la que fue sometido por parte del mismo Estado.

A comienzos de los años 80, este  hombre nacido en El Tarra, pero criado en la zona rural de Cúcuta, se convirtió en un reconocido líder del movimiento agrario en Norte de Santander.

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Era la época de las marchas campesinas y junto con otro grupo de agricultores decidió constituir un sindicato agrario que hacía parte de la Federación Nacional Sindical Agropecuaria.

Por ahí se involucró en la política. Entró a hacer parte de la Unión Patriótica, el movimiento que surgió como resultado del acuerdo de paz entre el gobierno de Belisario Betancur y la guerrilla de las Farc, pero que fue víctima del exterminio.

Emiro del Carmen o Rubén, como pasarían a llamarlo unos años después, en alusión a un líder guerrillero de El Salvador,  empezó a ser objeto de estigmatizaciones y señalamientos. 

“Fui perseguido por el Estado, detenido. El Ejército me tenía desaparecido, pero finalmente lograron recuperarme”, recuerda.

Esas amenazas lo llevaron a vincularse a la guerrilla, que llevaba apenas unos años en Norte de Santander y se encontraba en pleno apogeo. “Tenía que decidir entre ser víctima del genocidio o continuar la lucha de otra forma”, asegura, al tiempo que reconoce que había una admiración por las causas revolucionarias.

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Sus primeros años fueron los de un guerrillero raso; ese que solo obedece órdenes y las cumple por lealtad a la causa. Sin embargo, con el paso del tiempo, el liderazgo que ejerció al frente del movimiento agrario lo replicó dentro de las filas.

“Me destacaba en el trabajo político, la organización de las masas campesinas y en el relacionamiento con otros sectores. Impulsé desde el frente 33 los diálogos regionales y fuimos exitosos en esa actividad. Conformamos en los años 90 el Frente Común por la Paz, en Norte de Santander”, recuerda.

Este trabajo le mereció el reconocimiento de sus superiores, quienes decidieron abrirle camino en el Estado Mayor del frente y tan solo unos años después se hizo comandante. 

En 1994 y en medio del rumor de que había sido degradado del cargo, Zamora fue trasladado al Magdalena Medio, pero cuatro años después regresó al Catatumbo para conducir  nuevamente las unidades guerrilleras.

Si bien insiste en que la lucha armada fue la salida para evitar la muerte por parte de quienes no le permitían pensar distinto, pero también para reivindicar muchas de las causas sociales que creía perdidas por la debilidad del Estado, su paso por la guerrilla también causó dolor.

En su haber pesan cuatro órdenes de captura y una condena de 38 años de prisión por la emboscada a una patrulla de la policía, en El Espejo, vía entre Hacarí y Ocaña, en 1992. 

Zamora también es señalado de haber estado detrás de 11 acciones guerrilleras como emboscadas, secuestros e incursiones armadas. 

En diciembre de 2001 lo responsabilizaron de la masacre de un grupo de raspachines de coca en el corregimiento La Gabarra, por trabajar, supuestamente, para los paramilitares. Sin embargo, las Farc siempre calificaron este suceso como un asalto a un campamento paramilitar.

En marzo de 2010, un juez español cursó una orden internacional de captura en su contra, por la supuesta colaboración para cometer atentados en Madrid contra los expresidentes Álvaro Uribe y Andrés Pastrana.

Que lo perdonen, pero que también le pidan perdón

Y aunque hoy son muchas las víctimas que las acciones del frente 33 dejó en Norte de Santander, Rubén Zamora asegura que se siente satisfecho de haber estado en las Farc.

“Tuve la oportunidad de vivir y luchar, así fuera como parte del alzamiento armado, sin dejar de pensar nunca en la posibilidad de la paz”.

Dice que se siente complacido de haber participado en este proceso de conversaciones, al igual que lo hizo en el que se desarrolló en Tlaxcala (México), porque “le devolvió a Colombia la esperanza en la solución política”.

Reconoce que durante estos 30 años de confrontación hubo momentos muy dolorosos que ocurrieron en medio de la confrontación, pero en sus palabras no se percibe el arrepentimiento.

Él mismo perdió a muchos familiares por cuenta de la guerra, y estuvo a punto de morir en varias oportunidades. Sin embargo, al preguntársele si hoy, que ya se superó la etapa de la confrontación, les pediría perdón a las víctimas que dejó, asegura que el perdón tiene que venir de unos y otros.

“Nuestra voluntad es que nos perdonemos unos y otros por las heridas causadas”, es su respuesta. Insiste en que las Farc nunca tuvieron como política afectar a nadie, pero que se cometieron “errores involuntarios” y que aunque no era esa la apuesta “la guerra causa dolor, sacrificios y sufrimiento como los que padecimos unos y otros”.

Apoyando la sustitución

Durante muchos años, al frente 33 de las Farc lo señalaron de ser uno de los más involucrados en el negocio del narcotráfico y a Rubén Zamora, como líder de la organización en la zona,  de hacer parte de la cadena que se benefició de la droga que abunda en el Catatumbo.

Informes como el de la Fundación Ideas para la Paz dan cuenta de que a partir de los años 90, las Farc se enfocaron en controlar los cultivos de coca y que durante mucho tiempo su financiación estuvo estrechamente ligada al narcotráfico.

Esto desencadenó también la época más difícil para la guerrilla y los habitantes de la zona, pues tras el arribo de los paramilitares, la disputa por el territorio y los cultivos se volvió sangrienta.

Zamora, sin embargo, y sin querer entrar en detalles y explicaciones, asegura que las consecuencias del problema de las drogas ilícitas no son responsabilidad de las Farc, sino de un Estado que dejó a las comunidades en circunstancias muy difíciles de abandono, marginalidad y pobreza, lo que los llevó a encontrar en estos cultivos la única forma de subsistir.

“Nosotros quisimos muchas veces regular la producción y fue realmente imposible, porque no teníamos y no podíamos ofrecerles a los campesinos esa manera de vivir en el territorio, pero siempre pensamos en la posibilidad de la sustitución de los cultivos”.

No obstante, como la vida da muchas vueltas, el excomandante del frente 33 pasó de ser uno de los líderes del negocio, a ayudar a consolidar el plan piloto de sustitución que surgió tras el acuerdo de paz.

Esa es la razón por la cual hoy está en La Uribe (Meta). Cree que esta apuesta va a llegar a buen puerto, pues confía en lo que está haciendo el Gobierno Nacional, aunque le preocupa que la burocracia termine afectando los planes de inversión que se proyectan para los territorios como el Catatumbo, esa zona en la que combatió, pero que espera ver, al fin, próspera en un futuro.

El adiós al fusil y su futuro en la política

Cinco años han pasado ya desde que Rubén Zamora decidió silenciar los fusiles para jugársela por un nuevo proceso de paz, el cual finalmente llegó al destino que esperaba.

Su discurso hoy es completamente distinto. Pasó de ser el hombre que llamaba a los medios de la región a leer comunicados para intentar justificar el accionar violento de las Farc, a hablar de la importancia de construir paz.

Dice que acallar el sonido de las balas lo hace sentir satisfecho y complacido, pues cree que ha valido la pena.

“Hemos sido trabajadores por la paz y las armas fueron necesarias, pero superada estas dificultades ahora lo más importante es que estamos ayudando a construir paz”.

En sus planes inmediatos no está la política, aunque esta fue casi que la razón de ser de su vinculación a las Farc.

Asegura que no tiene aspiraciones personales ahora que su organización ingresará al terreno electoral, pero no las descarta, porque considera que hay que estar al servicio de la sociedad.

“No tengo la idea de regresar a Norte de Santander para aspirar a algún cargo de elección popular, pero creo que si las comunidades me lo demandan, lo haría con mucho gusto”.

Le gustaría volver al Catatumbo, pues asegura que allí tiene todavía parte de su familia y ahora que ya no tiene las armas como aliadas, considera que puede contribuir en el fortalecimiento del territorio y en el resarcimiento de la victimización que hubo en esa región.

En breve

¿Cómo se imagina el Catatumbo, en un futuro?

Imagino un Catatumbo en donde los compañeros del Eln y el Epl estén participando en los procesos sociales y políticos, buscando transformar el departamento.

¿Cree que las Farc van a tener éxito en las urnas?

Tengo la certeza de que vamos a recibir apoyo. 

¿Le teme a las bandas criminales?

Todo lo que afecta el proceso nos preocupa. Ya es justo que pare el derrame de sangre.

¿Se someterá a la JEP?

Si en algún momento tengo que ir a la Sala de Verdad, iré. 

¿Confía en los diálogos de paz con el Eln?

Veo a los compañeros muy, pero muy comprometidos. Estos procesos no son fáciles.

¿Cómo quiere que lo llamen en adelante, Rubén o Emiro?

Va a ser difícil que me dejen de decir Rubén Zamora, pues ya son 30 años dándome a conocer con ese nombre.

¿Confía en un final feliz para este acuerdo?

Hay que tener confianza, porque si se pierde la confianza se pierde la esperanza.

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Lucy Araque
Lucy Araque
Sábado, 3 de Junio de 2017
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