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Cúcuta
Detrás del cartón...pero de médico
Un joven cucuteño hizo del estudio su mejor aliado y tras vivir en la pobreza hoy cursa primer semestre de medicina en la Universidad de Los Andes.
Sábado, 25 de Abril de 2015

Cuando la ministra Gina Parody tomó el micrófono en el auditorio de la Torre del Reloj de Cúcuta para escuchar las experiencias con el programa ‘Ser pilo paga’, una mamá alzó la mano.

–Mi hijo estudia medicina...

La ministra se echó un poco hacia atrás, porque después de varias horas por fin había encontrado la promesa que le hizo el congresista Alejandro Carlos Chacón de que la llevaría a conocer a un par de recolectores de material reciclable, padres de uno de los beneficiarios de esa idea que había llevado a los más pobres del país a distintas universidades.

– ¿Salió del Santos Apóstoles?, le preguntó.

Ella, con su sonrisa inundada de gruesas lágrimas sobre su piel morena dijo que sí.

– ¿Usted es la mamá?, inquirió aún más esperanzada, y cuando asintió, Parody se le abalanzó.

Tania Saavedra le recibió el abrazo y agradeció la ayuda porque nunca en la vida creyó que su muchacho podría estudiar en una universidad, mucho menos en Los Andes.

Único en su especie

Abdías Ovallos Saavedra tiene 17 años y sacarle palabras por teléfono no es muy fácil. Le propusimos una videollamada, pero la ausencia del computador que todavía le está haciendo falta nos devolvió a su realidad.

Sin embargo, el congresista Chacón prometió delante de la ministra que le compraría el aparato y ella dijo una y otra vez que Abdías ya tenía padrino, aunque desde la visita de ese jueves 16 de abril nadie le ha llamado.

“Ojalá logre que le diga algo... Me acuerdo que la primera vez que me llamaron del colegio, ¡fue para decirme que no hablaba!”, dice Tania entre carcajadas.

Luego, un poco seria y con la mirada fija en algún punto de su apartamento en Los Estoraques, piensa que esa fue la única vez que le llamaron la atención por ‘Abdiítas’. De ahí en adelante, solo hubo felicitaciones.

Abdías tiene cuatro hermanos: dos hombres y dos mujeres. Los mayores se dedicaron a trabajar y pese a que no era lo que Tania quería, se siente tranquila porque todos, a su manera, son juiciosos.

Jeferson, el mayor, se escapaba a Cenabastos y cuando le preguntaba por qué llegaba con el pantalón sucio, él solo respondía que estaba llevando un mercadito. Jhonny, prestó servicio militar y se independizó. Ambos viven aparte.

Abdías es algo inusual en su hogar. Sabe hasta costura y su mamá no entiende cómo hizo, sin moldes, varios muñecos que le regaló cuando estuvo enferma en el hospital. Más enferma, porque conserva una hernia que le salió por empujar la carreta recolectora, cuando podía ayudarle a su esposo.

De las niñas, Génesis valida la primaria en el barrio, porque no hay recursos para que lo haga en un instituto formal. Keren, la menor, estudia en el mismo colegio de Abdías y aunque se fue a pie a la escuela con su hermano, ambos sin comer, desde Los Estoraques hasta el barrio Chapinero, Álvaro, su padre, dice que a veces la pequeña se pone a llorar de tanto que se habla de su hermano.

Keren sonríe y pese a las tiernas quejas, es atenta a cada palabra de sus papás y a los relatos de risa y llanto impecablemente descritos por Tania, que recuerda cada detalle, nombre y calle con una memoria prodigiosa que tal vez heredó su hijo. Sin embargo, para ella Abdías le recuerda a su propio padre, asesinado en una riña hace 30 años en Puerto Wilches.

La niña también calla cuando Álvaro cuenta que lo desplazaron los paramilitares en Barranca, lo colgaron de un árbol y le dieron una golpiza de la que se salvó de milagro.

Con los años, el hombre se marchó con mujer e hijos a Barranquilla, donde los siete vivían en una alcoba del tamaño de la habitación de Abdías. Luego retornaron a Cúcuta y la vida fue chatarrear.

Estando en esas, se esmeró para surtir la biblioteca de la casa con los manoseados libros que la gente le daba para reciclar y entonces, llegaba la alegría para Abdías que los devoraba en vacaciones, sentado en el pequeño escritorio que también fue un hallazgo en las calles cucuteñas.

Ahí, encontró ‘El rastro de tu sangre en la nieve’, uno de sus relatos preferidos de los ‘Doce cuentos peregrinos’ de Gabo, de quien también leyó ‘Cien años de soledad’.

— ¿Qué fue lo que más te gustó del libro?

—Posiblemente la simpleza de Remedios, la bella.

— ¿Te recordó a alguien?

—No. Solamente me gustan las personas así.

Escribía cuentos, dibujaba historietas, guardó hasta las separatas de La Opinión y el Q’hubo. Leyó, leyó y leyó, hasta que cuando presentó el Icfes obtuvo un puntaje de 384 y pese al regaño de su papá que le insistió en que no se fuera a ese lugar de ricos, porque temía el desprecio, él ya había tomado una decisión.

No ha sido sencillo, y toma tutorías para nivelarse en matemáticas y química. Dice que vivir lejos de casa es llevadero pues está empeñado en seguir haciendo lo que dicta su corazón que además, apunta a especializarse en cardiología pediátrica.

A veces algunos de sus compañeros no le hablan, pero él no les ‘para bolas’ porque tiene claro qué quiere hacer en la vida, y es ayudar personas. Además, tal vez ellos aún no entienden que su futuro llegará como vino muchas veces la felicidad a la casa de Abdías: con la apariencia de un cartón.

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