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Acciones que ayudan a evitar la violencia contra las mujeres

El acoso sexual y otras formas de violencia sexual en los espacios públicos, tanto en entornos urbanos como rurales, son un problema cotidiano al que se enfrentan las mujeres y niñas en todos los países del mundo.

Hay hechos que se han normalizado y son actos de agresión que se pueden y deben cambiar.

Cuando se habla de violencias contra la mujer se hace necesario entender, según Paula Tamayo, especialista en psicología social y comunicación política y docente del CES, que todo hecho que termina en actos violentos físicos que incluso llegan al asesinato está estructurado en acciones de violencia cotidiana que generan una aceptación a nivel social y cultural. “Son violencias que se han logrado permear como acciones normalizadas en relación a lo que se espera de un hombre y una mujer”.

La Unesco define la violencia contra la mujer como “todo acto de violencia basado en la pertenencia al sexo femenino que tenga o pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o sicológico para ellas”. ONU Mujeres describe que a nivel mundial, “el 35 por ciento de las mujeres ha experimentado alguna vez violencia física o sexual por parte de una pareja íntima, o violencia sexual perpetrada por una persona distinta de su pareja”.

Con estas cifras globales, Carolina Henao Restrepo, directora ejecutiva de la Fundación Avon para la Mujer, explica que es necesario atacar los orígenes de las causas y ahí entran muchos de estos actos cotidianos que se han normalizado. “Es desafortunadamente en el hogar donde comienzan a tejerse esas violencias, cuando el hombre violenta a la mujer, o viceversa; y no solo de forma física, sino psicológica, sexual, económica, patrimonial. O cuando los padres violentan a sus hijos con maltrato físico y/o psicológico, estos niños crecerán entendiendo que así es como funciona un hogar y por ende más adelante serán unos perpetradores de violencias”.

Johnny Orejuela, coordinador de la maestría en psicología del trabajo y las organizaciones de la Universidad Eafit, explica que algunas de las acciones cotidianas que son consideradas violentas antes no eran vistas así, ya que en épocas anteriores la sociedad era menos educada y con menor reflexividad crítica. “Soportábamos y legitimábamos más la violencia porque así nos socializaron, pero con los años y en la medida en que somos más reflexivos y racionales somos más sensibles a reconocer microactos de violencia (sutiles) y estamos menos dispuestos a soportarlos”.

Detalla el profesional de Eafit que aunque hoy son claras las amenazas contra la integridad de las mujeres si una pareja les dice cómo deben vestirse o si está pendiente de con quién habla y le maneja el celular, porque va en contra de su libertad y autonomía, aún hay formas de microviolencia que la gente no entiende como tal. “Y en eso hay que trabajar, en no banalizar la violencia sutil cotidiana en ninguna esfera”.

Por eso se hace relevante que analice sus acciones en la cotidianidad para que las revierta y así pueda ser un agente de cambio, para el presente y el futuro.

En la casa

Andrea Cartagena Preciado, coordinadora de la maestría de psicología jurídica y forense del CES, explica que es el hogar el espacio más delicado y al que hay que prestar más atención, ya que “la violencia se aprende en la casa y los padres lo deben entender, por eso se debe manejar un lenguaje inclusivo con detalles como que los oficios se repartan y no solo sean delegados a la mujer”.

El ejemplo de la relación padre y madre es vital para el desarrollo de los niños. “Si ellos crecen viendo que papá violenta a mamá, cuando son adultos es bien complejo que no naturalicen eso, cuando crecen le pegan a la novia porque crecieron viendo que eso era normal”, dice Cartagena.

Otro punto importante es que la educación que se le da a los niños no debería estar diferenciada. Ni los colores tienen género y los juguetes tampoco.

“Hay niños a los que se les cohíbe jugar con cocinas, tener peluches o bebés y a las niñas se les reprime jugar con carros, con pistas y no se les incentiva ese tipo de juegos, yo como mujer tengo un niño de tres años y a él le encanta cuando yo me siento a maquillarme. Él también lo hace y yo se lo permito porque no hay que ponerle tabú a eso, ni empezar a decirle que no, que eso no es de hombres, usted es un macho, no se maquille. Él también juega con un bebé y decirle que los niños no juegan con bebés es un error, él lo viste, le da tetero y lo cambia y le pone pañal, desde la crianza le estoy dando herramientas para no naturalizar estereotipos de género”, cuenta la psicóloga Tamayo.

A la hora de señalar las labores de un padre o una madre absténgase de definir por ejemplo a un papá como “superpapá” solo porque está pendiente de los niños o ayuda en la casa. “La mayoría de las veces se maximiza eso, pero no lo que hacen las madres, porque para la mujer debe ser natural siempre estar disponible, siempre cambiar pañales y estar alimentando, siempre estar dispuesta a hacer las labores de cuidado.

Muchas agresiones se han normalizado socialmente.

35 por ciento de las mujeres han experimentado alguna vez violencia física o sexual por parte de una pareja íntima, según la ONU.

 

En el trabajo

Hay acciones en las empresas en las que todavía los uniformes para las mujeres son de falda y para los hombres de pantalón y que fomentan ese estereotipo de género, “no se me respeta su singular deseo de vestirse como quiera, se la subordina involuntaria e innecesariamente”, explica Orejuela. Y ahí es donde inicia la violencia.

“Deberían cuidarse los mensajes que manejan o las felicitaciones por el Día de la Madre o el Día del Padre. A la madre siempre es la ternura, la bondad, la devoción, la entrega y el papá el superhéroe, chévere, divertido, que lo hace todo y lo hace todo superbien”, dice Tamayo.

Preste atención si en su trabajo llama a una mujer niña, “tratar de niña e infantilizar a las mujeres en una oficina es una forma de violentarlas porque es ponerle un diminutivo, como minimizarlas”, reitera la psicóloga.

En la calle

Lo más notorio son lo que llaman los piropos y ahí Orejuela explica que es un punto que ha cambiado. “Hace más de cuarenta años este era interpretado como un gesto de galantería hacia una dama y era socialmente aceptado, hoy puede ser interpretado como un acto de intromisión en la vida íntima.

No todas las mujeres lo interpretan como un acto de coquetería”, y añade que “cuando un hombre supera con sus comentarios los límites del pudor y el asco para una mujer entonces hay una conducta que podría configurarse como abusiva”.

Finalmente, la psicóloga Cartagena explica que en las relaciones sociales lo más importante es el respeto entre todos, “no es tratar a una mujer dependiendo de cómo se vista o que si es amable creer que es coqueta. Hay que partir del principio del respeto. Las mujeres se respetan, los hombres también, los seres humanos debemos respetarnos”

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Colprensa
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Lunes, 31 de Mayo de 2021
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