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Entre guarapo, juegos de mesa y alabaos, Bojayá despidió a sus muertos

Después de 17 años, 99 víctimas finalmente tienen su última morada.

Entre juegos de mesa, alabaos, gualíes, guarapo y trago, este lunes empezó en Bojayá el velorio de las 99 personas que murieron el fatídico 2 de mayo de 2002, por cuenta del fuego cruzado que generó los enfrentamientos entre la entonces guerrilla de las Farc y paramilitares, que luchaban por el control de la zona.

La velación de esos cadáveres se hizo 17 años tarde en esta población chocoana. Y empezó con un ritual en el coliseo principal del pueblo, donde los cuerpos de los bojayaseños descansaban desde el pasado sábado, una vez llegaron a su tierra natal, después de años de estar en Bogotá, en medio de análisis de Medicina Legal para determinar las identidades de los fallecidos en 2002.

Los más de 40 cofres blancos, que eran para los niños muertos ese día, y los más de 40 cajones cafés que eran de los adultos, reposaron durante el fin de semana en la parte izquierda del coliseo mientras las familias se ubicaron al frente de ellos en sillas rimax.

En Bellavista, el corregimiento de Bojayá donde se lleva a cabo la entrega de los cuerpos, se asientan comunidades afro e indígenas, y como si fueran una sola familia se reunieron en el acto ecuménico, que no es otra cosa que la celebración de ritos diferentes creencias y religiones en un mismo espacio.

Pueblos embera y afros se congregaron a una sola voz de adiós, y no importó raza o religión. Durante más de ocho horas, se realizaron alabaos, que pertenece a una danza de dolor que hace la comunidad negra. Después de ello, un pastor cristiano tomó la vocería y predijo la biblia, en medio de oraciones.

A las 3:00 de la mañana del amanecer del lunes 18 de noviembre del 2019, se escucharon más de diez Padre Nuestros y Ave Marías, oraciones que corresponden a los rituales de la Iglesia Católica. A la par de los rezos, alejados de los féretros, había cuatro mesas, y sobre ellas juego de naipes y dominó.

Según las tradiciones de la comunidad afro asentada en Bojayá, esta es la manera de santificar a sus muertos, de darles real sepultura como no lo pudieron hacer hace 17 años, cuando el caos era tal después de la masacre, que los cuerpos que estaban en lo que quedó del pueblo después de los enfrentamientos eran devorados por los perros. 

Las gradas del coliseo a donde llegaron los cadáveres también estaban llenas de pueblo: había niños, jóvenes, adultos y personas de la tercera edad, que aunque algunos de ellos no sufrieron de manera directa los horrores de la guerra,  no querían perder un solo momento con sus hermanos bojayaseños.

Los hijos del Atrato muertos en 2002 y que se  que enterraron al fin este lunes, se llevan consigo ilusiones, metas y sueños que quedaron por cumplir por esa pipeta que las Farc lanzó desde las montañas y que destruyó la iglesia. 

Y pese a que, después de 17 años, los lugareños finalmente tienen donde llorar sus muertos, la comunidad siente que no eso no es reparación suficiente: y es que las Farc y los ‘paras’ les arrebataron a sus seres queridos, les quitaron el futuro de un pueblo y la oportunidad de ver prosperar y crecer a los más de cinco niños no nacidos que cayeron ese día. Ellos, que según la comunidad, eran el futuro de Bojayá.

Familias enteras, este lunes, quedan en el mausoleo, ese que construyó el Ministerio de Justicia, y con el que las víctimas esperan que tal situación no quedé en la impunidad. Los bojayaseños en medio del velorio, claman al alto gobierno que vuelque la mirada hacia el territorio chocoano.

Las cantaoras de Pogue que tenían en una mano el micrófono y en la otra una copa de trago, pidieron al presidente Iván Duque, que llegue a la zona para ellos contarle en persona sus lamentos.

"Aquí, con los ojos aguados, lo esperamos presidente Duque, para contarle nuestras preocupaciones", era lo que decía una de las estrofas de los cantos que 42 mujeres y hombres entonaron como parte del ritual para despedir a sus seres amados.

La madrugada llegó cargada de una espesa niebla que no fue impedimento para que los familiares y amigos despidieran a las víctimas de esa masacre.

Pese a que estuvieron en vela hasta las 5:00 de la mañana, junto a los restos de sus familiares, a las 8:00 de este lunes todos estuvieron listos para empezar el último acto ecuménico que les dio el adiós para siempre. En ese último adiós se mezclaron las intervenciones de un obispo y de tres sacerdotes con cuatros obras artísticas y un minuto de silencio por los caídos en la guerra.

La procesión

Al término de la eucaristía de este lunes, el padre Antún Ramos, quien era el párroco de Bojayá al momento de la masacre y quien se refugió junto con más de 90 personas en el templo (tal vez la única edificación de concreto de la población en 2002) recordó cómo los allí caídos era gente del común, gente que tenía sueños, ilusiones y metas, y que eso, sumado a sus muertes tan violentas, es parte de la tragedia que todavía hoy enluta a todo Bojayá.

Una vez los vecinos de Bojayá tuvieron los restos de sus familiares en sus manos, emprendieron una procesión por todo el pueblo, como una suerte de último recorrido por su tierra. A la cabeza de la congregación de despedida estaba la estatua del Cristo de la Iglesia, que hace 17 años quedó destruida, pero de pie en medio del templo, cuando ya las balas y el horror cesaron.

Seguido del Cristo mutilado iban los niños, ellos dentro de sus cajones blancos, seguidos de los adultos en los cajones cafés, y como una calle de honor, los familiares y amigos los seguían hasta su última morada, diciéndoles adiós con cada paso.

Las cantaoras hacían lo propio, en sus danzas pedían al gobierno que no los olvidaran y que no hubiese repetición de tales hechos tan atroces.

Al llegar al mausoleo, cada familia llevó su cajón hasta la lápida correspondiente y allí se despidieron para siempre.

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Colprensa
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Lunes, 18 de Noviembre de 2019
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