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Agujetas de antaño
Esos fragmentos de la educación casera enseñaban respeto, apego por los deberes.
Domingo, 24 de Noviembre de 2019

Tejer era un oficio bello, trasmitía placidez, serenidad, ternura, en fin, sabía a abuela, o a madre, a la mejor conversación con el silencio o a un poema que apuntaba las agujas para conversar con la nostalgia.

Y bordar, una bondad de los sueños que se sembraban con paciencia para adornar un tejido, complementar ese entrelazado de agujetas que pasaban por los hilos repetidamente y se llenaban de colores y de arte.

En las casas de antes esas labores del hogar constituían una dimensión espiritual que daba paso a las emociones bonitas y a la querencia de los valores, en un ambiente armonioso que tupía las tristezas con una esperanza restauradora, así como un amanecer abre a la luz.   

De seguro, los espíritus tejedores o bordadores hallaban grato rondar por ahí, para seguir la ruta sabia del tiempo y contagiar de maravillosa lentitud los actos humanos, en una antesala que inspirara a la fantasía. 

Esos fragmentos de la educación casera enseñaban respeto, apego por los deberes, y grababan en el corazón de los hijos el amor por la patria, la nobleza y la obediencia a los mayores: se cultivaba la familia y la vida se volvía un hábito de suspiros agradables, una lección de sensatez y humanismo.

Corolario: Entonces era más fácil la alegría, se gozaban los encuentros y se añoraban con cariño las ausencias, porque se aprendía a sentir una felicidad natural, a congregarse en torno a la exquisita sencillez, a sacar las sillas al antejardín en la tarde para tomar el fresco y aromar el alma.

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