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Ahora sí se prendió la furrusca

La mejor época para los que venden guaro, sea del fino, del importado o del rastrojero. 

Desde mitad del año, la radio, la televisión y las redes comerciales venían alebrestando nuestros espíritus fiesteros con el cuento de que ya venía la Navidad, la mejor época del año. 

Pero no decían para quién era esa mejor época. Indudablemente lo era y lo es y lo seguirá siendo para todos los comerciantes, sin excepción alguna: para los que venden los chiros del estreno (¿Nochebuena sin ropa nueva? Jamás); para los que venden regalos (así nos enculebremos, ésta es la época de regalar); para los que venden luces (Navidad es luz, es alegría); para los que venden pesebres y ovejas y cabritas y reyes y pastores y grutas y las imágenes del nacimiento (¡gracias, san Francisco, por tu invento!). 

La mejor época para los que venden guaro, sea del fino, del importado o del rastrojero. Cualquiera es válido a la hora de comenzar la rumba. Y para los que venden música, en discos o en memorias o a lo vivo.

En cambio, a los que venden pólvora sí se les vino el negocio abajo. Y cuando a uno se le viene el negocio abajo,  está en la olla. Desde que prohibieron los voladores y los totes y las bengalas, a los polvoreros les tocó cambiar de profesión. Conozco un ex polvorero que ahora vende en una carreta lo que sea, según sea el calendario: Flores, el día del amor y la amistad; camisetas amarillas, el día que juega la Selección; banderas tricolores, para las fiestas patrias; uvas, el 31 de diciembre; velitas, el día de las velitas. Y pomadas y aceites para las quemaduras, al otro día de las fiestas de pólvora. Y de las elecciones. 

Y cuando no hay fecha especial para celebrar, vende en su carreta, limones, tomates y aguacates. Con la compra de un megáfono, se modernizó su negocio y sus gritos chillones se escuchan cuadros a la redonda.

Decía que desde mitad del año nos venían lavando el cerebro con propaganda tras propaganda. Pues ahora, terminó la propaganda y llegó la realidad, la navidad, la nochebuena, la época de dar regalos, de comer hayacas, natilla y bueñuelos. De las novenas bailables y de las misas a la madrugada. Es una época de francachela y comilona, como las que buscaba Rin rín, renacuajo.

La temporada empezó el viernes pasado, cuando se prendieron las luces en todo el mundo: desde Nueva York hasta La Cochinchina, y desde París hasta Las Mercedes. Luces en los parques, en los edificios, en las avenidas y hasta en los cementerios.
   
Me contaba una amiga que fue con su mamá al cementerio el día de las velitas, pero por estar chismoseando en alguna visita, les cogió la noche. 
   
El cementerio estaba totalmente lleno de luces, de canciones y de responsos. Buscaron la tumba del tío, le rezaron, lo alumbraron y siguieron andando por el cementerio, mirando lápidas y echando padrenuestros de cuando en cuando. En eso se les fue el tiempo y sin darse cuenta estaban al fondo del cementerio. De pronto observaron unas luces que corrían de un lado a otro y fueron a brujear (no es que sean brujas) lo que ocurría. 
   
Dice mi amiga que al acercarse vieron unos esqueletos que corrían con velas encendidas y las iban prendiendo en las tumbas que no tenían dolientes ni velitas. Espantadas, hija y madre salieron corriendo. Tan asustadas iban que no esperaron la buseta que las llevara a Atalaya, donde viven, sino tomaron un taxi.
   
El taxi, sin taxímetro, les cobró el triple de lo que vale una carrera normal del cementerio a Atalaya, alegando que era de noche, era festivo y estábamos en aguinaldos.
   
Esa noche les salió cara la visita a los muertos. Y todo porque ya empezó la furrusca llamada Navidad, cuando todos se aprovechan de todos.

gusgomar@hotmail.com

Lunes, 10 de Diciembre de 2018
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