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Al borde del colapso

Las decisiones tomadas para hacerle frente a la emergencia del COVID-19.

Como si no contaran los indicadores negativos con que aparece en las encuestas y los hechos cotidianos en el país que afectan la gobernabilidad, el presidente Iván Duque no le baja el tono optimista a su discurso. En el diario programa vespertino de televisión que le sirve de tribuna propagandística a su gestión, todo lo muestra color de rosa. Sin embargo, la realidad lo contradice. La nación no va bien. Y no es por culpa de la pandemia del Coronavirus, cuyos efectos, sin duda, agravan la crisis que ya tenía un alto nivel.

Las decisiones tomadas para hacerle frente a la emergencia del COVID-19 son presentadas como la gran panacea.  Se les asigna un poder redentor, pero las carencias no ceden, pues los subsidios y todas esas ayudas asistencialistas no alcanzan a erradicar la pobreza y la desigualdad en que se debaten los colombianos de los estratos social y económicamente vulnerables. Porque los males son más profundos que la intención misericordiosa. Esas ayudas equivalen a un alivio pasajero. No pasan de ser paños de agua tibia que no tienen la capacidad curativa con que se promueven. Los hospitales están copados y los vacíos del sistema de salud van en aumento.  Hay necesidad remover los factores que son caldo de cultivo de la falta de equidad.

Sumado a ese innegable desajuste, están los hechos que producen estragos institucionales. Un escándalo alcanza a otro. A las fracturas dejadas por el paramilitarismo, las secuelas del narcotráfico, las dádivas de Agro Ingreso Seguro, la carnicería criminal de los falsos positivos y las falacias de la “Seguridad democrática”, se suman ahora, la “Ñeñe política”, las chuzadas y los otros enredos de la Inteligencia militar, los sucesivos homicidios contra líderes sociales y desmovilizados de las Farc, la violencia sexual de suboficiales y soldados del Ejército, los negociados de Finagro, el desdén por el acuerdo de paz y las diversas operaciones de corrupción a todos los niveles. Y como si eso fuera poco, está la errática conducta del Fiscal General de la Nación, con la ñapa de no pocas actuaciones disparatadas de titulares del gabinete ministerial y la vocinglería obsecuente y fundamentalista de los áulicos de la cúpula que tiene el poder. Es un entramado de no pocos enredos, con lo cual se extrema el desgreño d
e la nación.

A los males crónicos, a los problemas de la pobreza y la marginalidad, de la violencia racial y violación de los derechos humanos, del desplazamiento y el despojo feudal de tierra con efectos devastadores en la comunidad campesina, de la minería ilegal, la deforestación y otras prácticas de maltrato ambiental, de distorsión de la justicia y muchos más desajustes que diezman la democracia, se responde con evasivas, que es como seguir aproximándose al colapso final.

Puntada

Con autoelogios y sensiblería paternalista el fiscal Barbosa no alcanza a salir del laberinto en que está metido.

cflorez@laopinion.com.co

Domingo, 12 de Julio de 2020
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