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Al estilo Santrich

Viendo la tele, se me encharcaron los ojos, como se les debieron encharcar a Petro y a Timochenko y a Piedad y a Juanpa y demás socios que estaban sintonizando  el mismo noticiero.

El Estado colombiano se parece a las mamás de antes.

-¿Ya va a coger la calle? -me decía mi mamá, cuando yo acababa de dar tres pasos fuera de la puerta. Mis compinches me esperaban en la calle.

- Pero mamá… -suplicaba yo, mirándola y mirando a      mis amigos.

-No, señor. Usted de aquí no me sale.

-¿Por qué, mamá? Cuánto hace que no salgo, aquí encerrado, como si estuviera en la cárcel, o como si fuera una monja de clausura.

-Y no me rezongue, jovencito, porque traigo el rejo.

Yo miraba a mis amigos y me despedía de ellos con la mano en alto y  un rictus de tristeza en los labios.

Cuando vi a Santrich por los noticieros, el día del reagarramiento, con su cara de angustia y de impotencia y sus gafas empañadas seguramente de lágrimas, me dio mucho pesar con el hombre. Fue entonces cuando me acordé de aquellas tardes remotas en que mi mamá me prohibía salir y, de ñapa, me leía la cartilla, como se la leyeron a Zeuxis : 

-Usted lo que quiere es salir para ir a juntarse con los de su pandilla a hacer quién sabe qué vagabunderías. A ver, ¿Arregló la habitación? ¿Recogió las medias y los calzoncillos? ¿Ya hizo tareas? Dígame las tablas de multiplicar.

Viendo la tele, se me encharcaron los ojos, como se les debieron encharcar a Petro y a Timochenko y a Piedad y a Juanpa y demás socios que estaban sintonizando  el mismo noticiero. “Porque los hombres lloran como las mujeres porque tienen débil como ellas el alma”, le escuché decir a no sé quién.

Pero no sólo me acordé de mi mamá. También, de la Normal Rural de Convención, donde a los internos nos daban salida los sábados, siempre y cuando nos hubiéramos portado bien durante la semana. A las dos de la tarde el Director de internos leía la lista de los que no podían salir. Algunos ya estaban peinados, cambiados y perfumados, listos para dar tres brincos y salir a la calle. Los mismos tres brincos que no pudo dar Santrich.

Igual sucedía en otros internados. En el  Instituto Piloto de Pamplona, yo formaba parte de un trío (en realidad éramos cuatro: dos guitarras, el maraquero y el del aguardiente para aclarar la voz y espantar el frío), y una noche nos fuimos a dar una serenata por los lados de la plazuela Almeyda. El celador (la JEP) nos dejó salir, a cambio de un aguardientico, pero el director de internos (La Fiscalía) nos pilló y fue inflexible. El rector, Jaime Derlee, dijo algo así como “el que la hace, la paga”, y cuando ya estábamos a punto de coger la calle, el sábado siguiente, nos llegó la contraorden: sin salida y hasta nuevo aviso.    

Como pueden ver, el estilo Santrich es viejo y nunca pasa de moda. Tres pasos a la calle, y otra vez pa’dentro el amigo. Ahora lo que hay que aconsejarle a Zeuxis Pausias (con razón se metió a la guerrilla: con ese nombre) es que no sea toche, que no se ponga a aguantar hambre ni se corte las venas. A Estados Unidos tiene que llegar fortachón porque las cadenas y las bolas de hierro son pesadas. Y que se quite esas gafas negras: le dañan la figura.  

 

Lunes, 20 de Mayo de 2019
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