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Algo por qué temer
En Cúcuta pasan tantas cosas que deberían ser motivo de pánico en la ciudadanía.
Martes, 30 de Enero de 2018

Mi amigo y también colega, Alejandro Contreras, hizo una reflexión en redes sociales sobre la cual me fue imposible dejar de pensar. Él hablaba sobre cómo se nos ha infiltrado hasta las venas el miedo a llegar a un punto socioeconómico como el de Venezuela, tanto, que hasta algunos candidatos (presidenciales y al Congreso) nos han tratado de persuadir de votar por ellos bajo la promesa de ‘no ser nunca como Venezuela’. El punto más interesante de la reflexión fue que el camino para llegar a ese fatídico destino no tenía nada qué ver con una ideología de izquierda o derecha, sino con la corrupción que contamina a todas las ideologías por igual, por lo que realmente no habría nada que temer. 

Trataría de acompañar y complementar su reflexión diciendo, tal y como afirman Uribe y sus seguidores más devotos, que en Colombia sí hay algo por lo cual tener miedo, pero no es el narcocomunismo ni el castrochavismo, ni ninguna de sus inventadas y rimbombantes palabras, es la corrupción, ese cáncer que se ha devorado las mejores empresas estatales y que ha ahogado las más prometedoras iniciativas de cambio para el país, ese que funge como medio para alcanzar el objetivo de muchos políticos de la Nación: Ser abrumadoramente ricos. 

La venta de Isagen, el desplome del Seguro Social, el fraude pensional de Foncolpuertos, la estafa de Interbolsa, el fiasco de Saludcoop o la obtención fraudulenta de contratos por parte de Odebrecht, son algunos ejemplos tristemente célebres de lo corruptos que pueden llegar a ser nuestros representantes y altos funcionarios. Por eso, estoy completamente convencida de que la pérdida de 50 billones de pesos (por año) a causa de esta conducta delictiva no está relacionada con la orientación política de los causantes de estos detrimentos, sino con la ambición desmesurada y sinvergüenza de la clase política del país.

Los cucuteños tenemos algo que temer, sin duda alguna, pero no es vivir bajo un régimen rentista como Venezuela, sino vivir bajo la sombra de la corrupción que nos lleva al atraso constante en temas como industria, educación, infraestructura e incluso salud. Hemos convivido (aparentemente muy cómodos) con la corrupción durante décadas, y tampoco nos asusta el porvenir que nos espera de la mano de las profundas redes de corrupción que aquí se tejen. 

Primero, con el anticipado cobro por valorización ($235.000 millones en 10 años) para pagar obras que ni se han diseñado ni cuentan con los fundamentos jurídicos y técnicos, y que mucho menos tienen créditos aprobados para garantizar su ejecución; segundo, con el manejo irresponsable que se le está dando a la Secretaría Departamental de Cultura, con el famoso ‘Richard’ a la cabeza, quien no sólo tiene a la entidad en déficit sino que además destina recursos de un rubro a otros para los que no está autorizado. Tercero, tampoco nos asusta la posibilidad de perder una de las joyas de Norte de Santander, el Hospital Universitario Erasmo Meoz, a causa de un cambio en la recaudación y administración de los recursos originados por la estampilla Prohospital, consecuencia de la decisión de última hora de la Asamblea Departamental con la ordenanza número 20 del 30 de diciembre de 2017.

Yo creo que sí hay mucho por qué temer, y también creo que Edgar Díaz  tiene razón al decir que el recaudo de la estampilla Prohospital es el oxígeno financiero de la entidad, pero además, le permite autonomía y un amplio margen de maniobrabilidad a las directivas del hospital para hacer mejoras sustanciales, como la del reforzamiento estructural que se llevó a cabo en 2016 (que a pesar de que fue financiada en un 95% por la Gobernación, contó con recursos por valor del 5% del proyecto, propios de la E.S.E).

En Cúcuta pasan tantas cosas que deberían ser motivo de pánico en la ciudadanía, pero que no generan ni un escalofrío porque no están relacionadas con la crisis del vecino país, porque no nos asusta la pobreza y el atraso a causa de la corrupción, sino el improbable establecimiento de un régimen que no tiene adeptos en Colombia.

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