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Anarquía infantil
Hay espacios en los que no es apropiado para los adultos llevar niños.
Sábado, 26 de Diciembre de 2015

Me gustaría vivir en un mundo sin niños, o, en un mundo donde los padres pudiesen controlarlos -en la medida de lo posible-. Tal vez estoy siendo radical, me corrijo. Me gustaría vivir un solo día de mi vida sin sentirme incómoda por sus comportamientos y acciones.

Lo cierto es que no soporto sus llantos, gritos y berrinches. Día tras día, en un avión, en un restaurante y hasta en el cine debo aguantarme sin chistar y sin posibilidad de decir a sus progenitores cuánto me incomodan. Quizás muchos se inquietarán por lo que quiero decir aquí, tal vez hasta mis grandes amistades, pero es necesario que alguien lo diga. Quizás muchos dirán (a modo de reclamo) que yo también fui niña y que hice berrinches y pataletas; contra esta afirmación no puedo discutir debido a que mi memoria no me permite saber si así fue o no, aunque, sí puedo discutir con el hecho de que actualmente los que ostentan el poder en casa no son los padres, sino los hijos, por lo que reprenderlos por una mala actitud en público es impensable actualmente. Es cierto que la crianza se debe dar en un ambiente de libertad y amor, más no de anarquía.

Cuando se vive en una urbe, por lo menos en una donde impere el régimen democrático, se es un ciudadano. Se es un ciudadano cuando puede ejercer un sinnúmero de derechos, porque tiene la libertad de ir o desistir de acceder a algún lugar, y porque sus opiniones políticas y sociales no pueden ser calladas -sean cuales sean-. Pero también se es un ciudadano si se comporta como parte de una urbe donde el colectivo, y no el individuo -desechando la esfera económica- es lo que prima.

Así como usted no lleva a su hijo/bebe/niño a la Taberna Ivánn, o a Andrés D.C a una rumba; no sólo porque es ilegal sino porque sabe que esos ambientes no son apropiados para el menor, también debería pensar en aquellos espacios en los que no es apropiado para los adultos llevar al niño. Cuando estamos en un teatro viendo una película, muchos se preguntan por qué dejan entrar a un bebé de seis meses o a un niño de dos años a un filme no infantil.

Yo también me lo pregunto, aunque pienso que la respuesta no se encuentra en las regulaciones normativas públicas o privadas de los recintos, sino en otros escenarios alejados de lo jurídico/legal. Pienso que la respuesta a esta pregunta se aloja en las personas, ya que sólo son ellas las que pueden discernir si los comportamientos de su hijo son adecuados dependiendo del lugar. También eso es ciudadanía, saber, respetar y comprender cuándo un menor está listo para asistir a la ópera o al buffet de la ciudad; y sobre todo, comprender que si bien a usted le parece normal que su hijo grite durante catorce horas en un vuelo intercontinental, tal vez a otras personas les parezca anormal, incómodo y hasta desesperante.

Recoger los desechos de su mascota, aparcar el coche sólo en su sitio asignado de parqueo, modular el volumen de las conversaciones y música en su casa y sacar la basura a tiempo son comportamientos de un ciudadano, al igual que evitar el chisme y la injuria, o poner límites a los asuntos de sus hijos pequeños.

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