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Apatusquero y sopón

Lo lamentable, ahora, es que ya no son apatusquerías o soponerías caseras de las buenas. 

En los tratados de filosofía no he podido hallar una sabiduría, tal, como la de aquellos clásicos cucuteños de antes. Así, la apatusquería  era una actitud en la cual uno, o los demás, exageraban sentimientos o apegos. Y ser sopón, era andar metido en todo, en el vaivén de las circunstancias o buscar, en el fondo, una recompensa por algo. 

Por ejemplo, cuando uno de niño se caía y lloraba lo regañaban: “deje de ser apatusquero”: Le estaban diciendo, entre otras, que no debía causar pesar o misericordia, que necesitaba aprender las lecciones caseras del valor.

O cuando se metía en lo que no le correspondía lo acusaban de sopón. Le estaban enseñando, entre otras, la mejor lección de autenticidad que lo podía hacer independiente y digerir –solo- las cosas.

Lo lamentable, ahora, es que ya no son apatusquerías o soponerías caseras de las buenas. Todo se volvió farsa, la sociedad, los espectáculos, la gente, los aparatos, en fin, aquello que uno cree que no puede dejar de tener. 

Y nadie lo regaña ni le dice que deje de ser apatusquero o sopón, porque todo el mundo está –igual- en ello, sin fundamento, sin decantar, ni valorar, para estar orgulloso de los propios progresos: ya no quiere ser uno un sí mismo, sino un simulacro del gran símil de marionetas que es la vida.

Mira uno manos que se estrecharon y hoy se golpean, o amores furiosos que se volvieron odio o, lo peor, indiferencia; o, en fin, simpatías que ahora son rencores y voces de desgracia. Ya no hay cosas humanas escritas y la felicidad se esconde entre los pliegues de sueños que no existen.

Cuando el azar ojee el libro de nuestras emociones y decida darnos cielo, nos dirá: “deje de ser apatusquero”, para que en el milagro de la espera el alma repose en la quietud y se despoje de las malas costumbres.

Domingo, 18 de Junio de 2017
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