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Aristóteles y el coronavirus
Aristóteles siempre resaltó nuestra naturaleza social. De hecho, ser contagiado o contagiar a alguien, son circunstancias que derivan de la sociabilidad.
Domingo, 26 de Abril de 2020

Nada más oportuno que el pensamiento aristotélico sobre la virtud, la prudencia y el justo medio en estos días de polémica entre mantener las medidas de cuarentena para evitar la propagación del coronavirus y la apertura de la economía para impedir los estragos de una recesión mayor. Esta controversia, que está sobre la mesa de Trump, Macron, Merkel, Bolsonaro, López Obrador, Bukele y Duque, así como también en la mente de centenares de ciudadanos del común, refleja la tensión generada entre el derecho a la vida, que depende de una buena salud, y el derecho a una vida digna, que es derivado e implica vivir con un mínimo de condiciones aceptables. 

La visión aristotélica del justo medio nos ayuda a encontrar la solución. Pretender buscar el equilibrio entre dos derechos que no son comparables ni tienen la misma dimensión, resulta absurdo. El justo medio no se halla en la aritmética, así inocentemente creamos que se trata de la mitad. Cada caso individual y cada sociedad son completamente diferentes. Como enseña Aristóteles en su Etica a Nicómaco, en ocasiones inclusive el justo medio se coloca en los extremos. Por eso, la virtud busca la armonía, que no se tiene en forma natural ni espontánea. No hay posibilidad de término medio entre la vida y la muerte, como tampoco entre el robo y la honradez. Ideas como el homicidio, la envidia y la corrupción no pueden recibir posturas medias sino rechazo total. En el mismo sentido, no hay exceso ni defecto en la moderación, la serenidad o la justicia, que son ideas buenas per se. El justo medio no pretende una neutralidad imposible sino una armonía individual y, sobre todo, colectiva.   

Aristóteles siempre resaltó nuestra naturaleza social. De hecho, ser contagiado o contagiar a alguien, son circunstancias que derivan de la sociabilidad, como también las actividades económicas. Nuestro pasado ha estado atado a la interacción, tal como lo estará el futuro, al paso que el presente es un paréntesis de aislacionismo relativo. La prudencia calculada de Aristóteles nos indica que una visión pública o social para solucionar el problema debe imponerse teniendo en cuenta las estadísticas y otros elementos de juicio para el análisis objetivo y periódico.   

El derecho a la vida, de lejos prevalece sobre las formas dignas de la existencia. Una vez se acabe la vida, es decir, en el esquema de la muerte, es ficción cualquier dosis de vida digna. Por lo mismo, impulsar la economía del país puede todavía esperar, dado que persiste el riesgo. La pandemia no está controlada y, tal como les ocurrió a Nueva York y algunas capitales europeas, podría desbordar el sistema de salud en nuestras ciudades. Colombia tuvo la ventaja de anticiparse en 6 semanas a la contención de la COVID-19, adoptando medidas de cuarentena. Hay que persistir en ellas para preservar el derecho a la vida. Estados Unidos tenía 4.667 contagiados el 5 de marzo, y en poco menos de 40 días, ya superaba los 600.000 casos y las 40.000 muertes, todo por idolatrar la economía. En nuestro caso, no sabemos cuántos serían los infectados en dos meses si dejamos el aislamiento para impulsar la economía. Perder el camino recorrido, es cortejar el suicidio.

La capacidad de resistencia entre los seres humanos, o entre las sociedades, tampoco es similar. Las medidas de precaución en salud y algunas previsiones económicas no pueden ser las mismas en un país subdesarrollado, con limitaciones hospitalarias y presupuestales, y altas tasas de economía informal, que las viables en un país industrializado, que rápidamente puede ofrecer 2 trillones de dólares para subvencionar el desempleo, o mejorar la salubridad. En el primer caso, las medidas deben ser más severas y austeras.  

Todos entendemos la ansiedad de salir y trabajar, así como las angustias económicas que deja el paso del tiempo. Esos deseos, sin embargo, deben reprimirse hasta donde sea posible. El único jaque real al derecho a la vida ocurriría cuando el hambre haga estragos. Mientras tanto, hay que resistir, viviendo con lo necesario. Es tanto como estar en guerra, con un enemigo sorpresivo y armado al estilo terrorista, porque no sabemos en que momento las ráfagas del coronavirus nos alcancen. Dado que no llevamos ni dos meses confinados, pensemos en quienes vivieron durante 6 años la Segunda Guerra Mundial, o en quienes soportaron 20 años el horror en Vietnam. En nuestro caso, ¿no podemos esperar otros dos meses, y entonces evaluar? 

La economía no siempre reparte sus frutos en forma equitativa. Los sectores que en medio de la pandemia piensan en la rentabilidad, develan un inmenso egoísmo. Tienen que entender la necesidad de la pausa. Imaginemos más bien los millones insertos en la pobreza peticionando la reactivación económica, dado que son los más vulnerables al hambre real. En síntesis, primero la salud, es decir, el derecho a la vida. Una vez garantizada por el control efectivo del coronavirus, trabajemos en la dignidad de la existencia, que deriva de la economía.   

El verdadero problema es el tiempo, porque no sabemos cuánto pueda durar el flagelo, ni qué tanto tardará la ciencia en doblegarlo. Mientras tanto, hagamos uso de la resistencia con heroísmo. Los Sapiens, con base en la razón, también ganaremos esta batalla.  
  

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