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Belisario Betancur
Los recuerdos que tengo del expresidente son los de un gobernante amable pero exigente. 
Martes, 11 de Diciembre de 2018

Tuve el honor de trabajar en el gobierno de Belisario Betancur, en el Ministerio de Desarrollo Económico y en el de Hacienda. Bajo su dirección, al lado de juristas como Liliam Suárez y Guillermo Salah, participé en la redacción del Decreto Ley 222 de 1983 –estatuto de contratación estatal- y de los decretos con fuerza de ley que establecieron límites a los cánones de arrendamiento de inmuebles. 

Los recuerdos que tengo del expresidente son los de un gobernante amable pero exigente; madrugador, puntual y exacto; escuchaba con atención todas las inquietudes de orden jurídico y práctico que surgían en el curso de las reuniones de trabajo que él mismo presidía, en las que participábamos los funcionarios de distintos ministerios y departamentos administrativos. Siempre procuraba aportar más que imponer, y cuando no estaba de acuerdo con alguna idea, propuesta o texto, exponía de manera tranquila las razones de su discrepancia, y así esperaba que nos comportáramos. La suya no era la actitud autoritaria de quien se considera superior a todos sino la disposición del profesor acostumbrado a estimular con paciencia debates serios, razonables y fundamentados. 

Ha fallecido un demócrata convencido, un intelectual y un político respetuoso del Derecho, que, con honestidad y buen criterio, trabajó incansablemente por la paz de Colombia. No la pudo cristalizar pese al “Acuerdo de La Uribe” de 1984. 

Infortunadamente, durante su período de gobierno (1982-1986) Betancur debió enfrentar situaciones muy graves, de enorme dificultad, que han marcado la historia reciente del país. Basta recordar el fracaso del proceso de paz que lideró; la actividad criminal del narcotráfico; el sacrificio de su ministro de Justicia Rodrigo Lara Bonilla, y el posterior atentado contra el también ministro Enrique Parejo, a manos del narcotráfico; los crímenes cometidos contra jueces, magistrados, testigos y funcionarios; los secuestros; la toma y la retoma del Palacio de Justicia; y catástrofes como el terremoto de Popayán y la erupción del volcán Nevado del Ruiz. 

Especialmente compleja fue la situación que enfrentó el exmandatario en la dolorosa jornada del 6 y 7 de noviembre de 1985, cuando fueron asesinados los más respetables magistrados y muchas personas más. Horrible episodio sobre cuya verdad aún se desconocen muchas cosas. Por lo que respecta al entonces Jefe del Estado, siempre le oímos decir –ojalá lo haya hecho- que dejaría memoria de lo acontecido, para ser divulgada tras su muerte. 

Pero a los personajes de la historia –de la cual ya hace parte Belisario-, que al fin y al cabo son seres humanos –por tanto, falibles-, se los debe juzgar más por sus aciertos, logros y buenas ejecutorias que por sus errores, omisiones o actos negativos. En el caso específico de Betancur, pensamos que actuó de buena fe, aunque –como lo reconoció de manera expresa y pública- se haya equivocado. Fue un humanista y un patriota que pensó siempre en el bien de Colombia. Contribuyó de manera decidida y clara, en todos los cargos que desempeñó y en su actividad política, a la vigencia efectiva de la democracia. Hizo mucho por la cultura. Y, con prudencia inigualable, al dejar la presidencia, se retiró de verdad. Descanse en paz. 

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