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Cantata de Santurbán
De las casas blanquitas de los campesinos suben círculos de ilusiones, de los arroyos fluentes brotan colores en forma de peces.
Domingo, 13 de Mayo de 2018

En el amanecer, en Santurbán, el día se va abriendo como una rosa blanca recogiendo en el rocío la bondad del secreto de la noche, queriendo enseñarnos a concebir la pureza de las ideas.

De las casas blanquitas de los campesinos suben círculos de ilusiones, de los arroyos fluentes brotan colores en forma de peces, del sol que asoma se cuelga un coro de duendes buenos y, de la niebla, la nostalgia bonita de la aurora.

Es la querencia sutil de un universo de paz, el rumor de sensibilidad que canta el páramo en el silencio sereno: esa esplendorosa manifestación de sueños es una efusión hidalga de la naturaleza: al madrugar, se encierra temprana en una torre de marfil, para acometer cada jornada de belleza con el aire que se respira desde la libertad, vigilada por las estrellas que aún no terminan de cantar.

Y parece que todo se suspende un momento, la magnitud de las montañas, las lagunas, las piedras silentes, el corazón del campo, la savia de las matas, el vuelo de los pájaros, la flor que espera al colibrí o a la mariposa, el croar de las ranas, los caminos a las veredas campesinas y el testimonio reverente de los frailejones que suspiran mejor, porque están inmediatos al cielo. 

Los sueños se congelan para protegerse de la ferocidad animal de los mortales y de los duendes malos; la existencia surge épica, bellísima, como una aria de ópera magistral, un concierto de piano, o uno de esos vientos que se cruzan en las corrientes para avanzar hasta el destino, acariciarlo y colgarse en los picos de los cóndores que intuyen el horizonte de la luz y se alojan en los últimos rayos del arco iris. (Corolario: aquí no caben los mercenarios extranjeros, ni la violencia de las máquinas).

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