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Columnistas
Carta a García Márquez
Martes, 10 de Marzo de 2020

Hola, Gabriel José de la Concordia:

Hoy me he tomado el atrevimiento de escribirle porque supe el viernes pasado, por una brujita linda, que ese día usted estaba de cumpleaños. Por cierto, la brujita me regañó ese día:
-¿Se acordó hoy de Gabriel? –me dijo. En la penumbra de la pequeña estancia  alcancé a ver el brillo de sus ojos maliciosos y una sonrisa sarcástica, como diciéndome: “Ajá, lo cogí con los calzones abajo”.
-¿De Gabriel? No sé de cuál Gabriel me hablas.-  Yo la tuteo y ella me ustedea.
-Pues de su amigo, su escritor favorito, su devoción, su maestro.
-¿De Gabriel García Márquez? ¿Y por qué debería acordarme hoy de él?
-Porque hoy estuviera de cumpleaños, si viviera. Pero, claro, usted qué lo va a recordar. Amigos no hay amigos.
-Lo que pasa es que soy muy malo para recordar fechas. A veces ni siquiera me acuerdo del día de mi cumpleaños. Lo sé porque mi mujer ese día no me da cantaleta. 

Tuve tiempo, entonces, de recordar que un 6 de marzo, bajo el ardiente sol  de Aracataca (¿o acaso bajo la coqueta luna aracateña?) nació un muchachito, al que pusieron por nombre Gabriel José de la Concordia. Se cuenta que usted lloró, gritó, pataleó y se orinó de la arrechera por semejante nombre. Pero no había nada que hacer. Su papá, telegrafista, seguramente andaba por allá en otros pueblos, y su mamá en dieta, de modo que se hizo lo que sus abuelos maternos quisieron.

Ha de saber usted que, en efecto, como lo dice mi amiga (que además de bonita también es escritora), usted es mi escritor favorito. No me importa que usted sea de izquierda (no sé si por allá en el otro mundo, aún mantenga sus ideas equivocadas). Yo, godo, regodo y recontragodo, lo admiro por su escritura y no por su ideología. Aun cuando, viéndolo bien, la izquierda de sus tiempos, era diferente a la de ahora, que se convirtió en negociante, traficante y más corrupta que aquellos a los que dice combatir.

Pero ese no es el caso. Quiero decirle que soy su admirador, en el buen sentido de la palabra, desde mucho antes de que ganara su Nobel. Lo digo porque después de que usted se volvió archifamoso, muchos resultaron siendo amigos suyos, y delante de la gente lo llaman Gabito, y dicen que fueron sus amigos. Algún escribidor, cierta vez, tuvo hasta la traza de decirme que usted le mostraba a él sus cuentos, para que  se los corrigiera. Y que desde entonces sus escritos, los suyos, mejoraron. ¡Habrase visto!

Pero bueno. Cada quien con sus amistades. Le diré una cosa: Usted no sabe quién soy yo. Ni tiene por qué saberlo. Ni yo tengo mérito alguno para que usted lo sepa. Se lo voy a decir: Yo soy un cucuteño,  empedernido lector suyo.  A mucho honor. Y me atrevería a decir que tengo casi todos sus libros, si no fuera por los que he perdido prestándolos o por descuido. Entre otras cosas, tengo la sospecha de que mi amiga, la escritora que me recordó su cumpleaños, ha nutrido su biblioteca con algunos libros suyos, que ha sacado de la mía. Ella apenas sonríe cuando yo le pregunto, pero como su sonrisa es encantadora, creo que se aprovecha de ella para que yo no le siga preguntando.

Además, me complace saber que a ella también le gusta leerlo, con lo cual yo quedo más que satisfecho. No soy un crítico de literatura, ni sé qué es eso del realismo mágico que a usted le achacan, ni analizo sus obras al revés para saber qué fue lo que usted quiso decir, ni busco entre líneas sus confesiones. Simplemente soy su lector y en ese oficio de leerlo, soy más feliz que puerco estrenando lazo. Me gusta cómo usted enlaza los verbos con los adjetivos para volverlos poesía, y cómo se pega de cualquier insignificancia para volverla grande. Cada vez que leo, por ejemplo, aquel descubrimiento de José Arcadio Buendía de que “la tierra es redonda como una naranja”, me dan ganas de salir corriendo a abrazarlo a usted por su genialidad, pero recuerdo que ahora es habitante de otros mundos, y hasta ahí llego.

Hablando de otros mundos, déjeme preguntarle algo, amigo Gabriel José, a usted que anda por allá en esas esferas: ¿Es cierto que existe un cielo aparte para los poetas? Alguna vez lo leí, o lo soñé, o lo imaginé. Pero si así es, quiero pedirle un favor: que me guarde un puesto al lado suyo. O dos puestos. Dicen que usted de joven machacaba versos. Pero es que la poesía se campea, muy ufana, por todo lo que usted escribe, sea en prosa o en verso. Con razón usted se fajó ese discurso sobre la poesía cuando le dieron el Nobel.

Bueno, mi viejo amigo. Por aquí lo recordamos mucho. Estoy seguro de que usted no ha muerto. Sigue metido entre nosotros. Lo que pasa es que cambió de solar. Un sitio más de su vida, porque usted vivió en la casona de sus abuelos, lleno de piezas y de espantos. Vivió  en lo frío y en lo caliente. Vivió en una casa de putas. Vivió en el exterior. Y ahora vive con las Once mil. Pero sigue con nosotros, con sus carcajadas, con sus Jirafas, con sus embustes que parecen verdades, con su manera alegre de ver y vivir la vida. 

Dios lo guarde muchos años, y perdone estas líneas que en nada se parecen a las suyas.  Saludos a los de por allá.

GUSTAVO
gusgomar@hotmail.com

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