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Carta a un papá despistado
Tan despistado que comenzó a soñar con los regalos...
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Martes, 11 de Junio de 2019

Tan despistado estará usted, mi querido amigo, que desde el sábado pasado estaba preparándose para recibir los regalos del Día del Padre, con la creencia de que su fiesta era el domingo 9, porque debe ser, según usted, el segundo domingo de junio. 

Olvida usted que las fiestas del padre, de la madre, de los amantes, de los novios, etc. etc. no se celebran el día que debe ser, sino el día que les conviene a los comerciantes, es decir, que caiga en o cerca de la quincena o de fin de mes. 

Tan despistado, que se compró sus botellas de vino, del barato, claro está (nada de Casillero del diablo, ni de Gato negro, ni de los de ahí para arriba), y empezó la celebración desde el sábado por la noche. Solo, porque nadie lo iba a acompañar a una celebración fuera de calendario, fuera de la fecha.

Tan despistado que comenzó a soñar con los regalos que le lloverían al día siguiente. ¿Ropa? Tiene de sobra. ¿Zapatos? No necesita. ¿Libros? No le gusta leer. ¿Perfumes? ¿Franelas de marca? Entre divagaciones, escuchar rancheras y tomar vino, se le fueron las horas hasta que se fundió en el sofá de la sala.

Nadie vino a llamarlo, nadie lo ayudó a ir a la cama, nadie le quitó los zapatos y los calzoncillos, nadie le apagó la luz. Cuando cantaron los pajaritos en el mango del solar vecino, cuando algún gallo quiquiriquió  a la distancia y cuando el sol empezó a meterse por la ventana, se dio usted cuenta que de la rasca se había quedado dormido fuera de cama. Pero –pensó usted- que ya no importaban el dolor de cabeza, la sed y el guayabo porque ya era el Día del Padre y dentro de poco comenzarían a llegar los presentes y los ausentes.

Así que hizo de tripas corazón, tomó alkaseltzer en agua con limón,  se metió a la regadera y quedó como nuevo. Se arregló lo mejor que pudo y a esperar lo que llegara, con la fe del carbonero. Era su fiesta.

Como se acercaba el medio día y nada ni nadie hacían presagiar algo bueno, usted llamó a su amigo Chepe y lo felicitó. Fue Chepe el que le dijo que usted estaba despistado pues faltaban ocho días para la celebración.

-No puede ser –dijo usted.

-Sí puede ser –le dijo Chepe y le colgó porque dizque iba manejando. Al rato usted cayó en la cuenta de que Chepe es un pobre diablo que no tiene ni un carrito de helados y que no maneja ni a su mujer.
    
“Así es la vida”, pensó usted. “Ya los amigos le sacan a uno el cuerpo y le inventan cualquier carajada para quitárselo a uno de encima”. Y así es, mi apreciado amigo. Acuérdese de aquello que dice: “Amigos, no hay amigos”. Pero no le pare bolas. Hágase el zoco y siga p´alante. 
   
Sin embargo, déjeme decirle que me acongoja verlo a usted tan despistado. No sólo se adelantó ocho días a celebrar la fiesta del padre y a esperar la lluvia de regalos, sino que –me da pena tener que recordárselo de esta manera- usted ni siquiera tiene hijos. Su mujer lo abandonó al poco tiempo de casados, y desde entonces usted anda solo, llevado del patas, jartando vino barato, comiéndose la poca herencia que le dejó su difunto padre. Viéndolo bien, mi querido amigo, usted no está despistado. Usted lo que está es más loco que una cabra. ¡Que vaina!

gusgomar@hotmail.com

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