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Cero y van tres

Salud, dinero y amor, mas algunas otras cosillas de menor envergadura, eran nuestras peticiones para el Nuevo Año.

El pasado 31 de diciembre, a la media noche, le metimos candela al Añoviejo, el 2019, que no había dado la talla como nosotros esperábamos. Nos falló en algunas cosas y no se lo perdonamos. Y mientras el viejo ardía entre voladores, totes y recámaras,  le dábamos la bienvenida al nuevo año, con wiskys, viandas y calzoncillos amarillos.  No era para menos. Teníamos las esperanzas puestas en que el Añonuevo nos traería todo lo que su antecesor no había sido capaz de otorgarnos. 

Salud, dinero y amor, mas algunas otras cosillas de menor envergadura, eran nuestras peticiones para el Nuevo Año que estaba comenzando su reinado. Las doce uvas, el pernil de pavo relleno, los abrazos con tufillo aguardientoso, los globos y las luces de colores eran el marco preciso para el comienzo de ese 2020 que tanto anhelábamos. 

Con esa creencia nos fuimos el 1 de enero de paseo al río, paseo de olla  para el desenguayabe, como se acostumbra. En esas estábamos, cuando un vecino de otra tolda se nos acercó a dañarnos el rato:

-¿Ya supieron la última? –nos dijo, con la mirada turbia y un poco tambaleante.

-No, amigo. ¿Y esa joda?-le dije “amigo”, sin conocerlo y sabiendo que “amigo, el ratón del queso”.

Se dio su tiempo, pasó saliva y con desfachatez nos pidió que si teníamos algo bueno para despejar la garganta. Le ofrecí un pedazo de panela por si iba a cantar. Me miró feo, pero se animó a contarnos el chisme:

-Cuentan que en China una bandada de murciélagos está mordiendo a los pobres chinitos y los está mandando al hueco. 

-Serán vampiros –le dije, con ganas de mamarle gallo. De nuevo me miró feo, silabeó la palabra mur-cié-la-gos, para que yo la captara bien, y se retiró con repelencia.

Fue la primera noticia que tuvimos  de lo que después se llamaría Coronavirus y después Covid19 y más tarde pandemia.  En realidad la noticia en un comienzo no la creí, además China estaba muy lejos y seguro los tales murciélagos no eran capaces de atravesar el océano. No había de qué preocuparnos. Eso fue el 1 de enero, a las 3.30 de la tarde ante una olla humeante de sancocho trifásico (carnes de res, cerdo y pollo), y algún refajo, a orillas del menguado río Zulia.

En febrero ya se supo que no eran murciélagos sino un virus, y que ya se estaba regando por todo el mundo. Entre chiste y chanza, llegó marzo y de pronto supimos tres cosas graves: que la vaina era mortal. Que ya estaba en Colombia. Y que la única forma de que no se nos prendiera ese animalejo era escondiéndonos. Meternos a la casa, al último cuarto y ojalá debajo de la cama. 

En marzo el gobierno decretó la infalible cuarentena, a la que algunos se la pasan por donde sabemos y otros la acatamos con resignación pero con culillo. Marzo, abril y mayo, tres meses sin verle siquiera la cara a la vecina, y saldremos para el cuarto y el quinto y ¿hasta cuándo?  

Sabrá Mandrake. Algunos dicen que el Día del amor y la amistad lo pasaremos encerrados (con la mujer), y el día de las brujas (con la mujer) y la novena y los villancicos (con la mujer).

 Y el 31 de diciembre, a la media noche, ¿cómo saldremos a la calle a meterle candela a este hijuetantas 2020, que se tiró en todo, en el comercio, en el amor y hasta en las misas?

Cero y ya vamos pa´los tres meses, empezó junio y no sabemos lo que nos vendrá pierna arriba. La esperanza es que no hay bicho que dure cien años, ni tapabocas que lo resista. Amanecerá y veremos, dijo el ciego. “Y nunca vio”, me repetía una amiga en los tiempos de antes.

gusgomar@hotmail.com

Lunes, 1 de Junio de 2020
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