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Chinácota huele a rumba

El jolgorio empieza con el lanzamiento de las ferias y fiestas. 

Todo pueblo que se respete tiene sus fiestas. Y como todos los pueblos se respetan, todos se enfiestan. El programa es el mismo en todas partes. Podría imprimirse uno solo para todos, cambiando sólo la fecha y el lugar.

Lo demás, todo igualito, con algunas mínimas diferencias. 

El jolgorio empieza con el lanzamiento de las ferias y fiestas, que se hace unos días o semanas antes. Autoridades, periodistas, empresarios del rumbeo, voluntarios y gotereros acuden al acto en el que se anuncia, entre copas,  lo que serán los festejos. A veces invitan al cura del pueblo para contar con su bendición. A cambio le incluyen en el programa las misas y las procesiones con el santo patrono, porque todo no puede ser trago y bailoteo. Además, en el atrio de las iglesias se oye decir  que el que  peca y reza, empata.

Alboradas, desfiles, reinados de cualquier cosa, cabalgatas, caravanas, toros o peleas de gallos, algún partido de fútbol, conciertos y bailes, son puntos infaltables de toda programación pueblerino-fiestera.

Y cuando digo pueblerino, también incluyo ciudades y pueblos grandes con ínfulas de ser ciudad. Pan y circo, pero como no hay pan, toca puro circo.

Con estas preliminares, les cuento que esta semana comienzan las fiestas de Chinácota. No tan sabrosas como las de antes, cuando el reinado departamental de la belleza se realizaba allí. Llegaban delegaciones de los municipios participantes y ahí sí arrancaba lo bueno porque cada candidata llevaba su papayera, su corte de aduladores, chaperona, los de la pólvora, la carroza típica de su pueblo y los del comité de gritos y de aplausos.

Chinácota era una fiesta, parodiando a un famoso escritor.

Alguien se trajo el reinado para Cúcuta y las fiestas se vinieron a menos. Pero, golpeadas y sin tanta prensa, aún subsisten las fiestas, y los mandamases de la comarca hacen esfuerzos porque la gente llegue, inventan cosas, hacen bulla y atraen al vecindario. Hacen el reinado veredal con las chicas más lindas de la región, organizan conciertos y las calles se llenan y todo el mundo disfruta de la hospitalidad de los chinacotenses. 

Hablando de hospitalidad, estuve en días pasados en Chinácota y pasé por el Hostal Portón San Marcos y quedé fascinado. Su dueño, el empresario Segundo Antonio González, que tantas cosas buenas le ha dado a Chinácota, se sobró ahora con el Hostal San Marcos. 

Uno llega y aquella vieja casona, ahora remodelada pero manteniendo su pasado histórico, lo transporta a otros mundos, de manera que uno no sabe si está en Chinácota o en las Europas, si está en un hostal o en un castillo. Allí se respira un ambiente de nobleza, pero adornado con sencillez y buen gusto. La decoración es hermosa y la atención al que llega es exquisita. El lugar es propicio para el que quiere ir a fiestas sin estar en las fiestas, para el que quiere descansar sin que nadie le joda la vida, para el que quiera sentirse lejos estando tan cerca.

Pero hay un peligro, y debo decirlo con toda franqueza: el viajante que allí llega, después no quiere salir de allá. Y el trabajo y las obligaciones esperan.

Yo viví la experiencia y puedo decirlo con satisfacción de cuerpo entero: Estar en el Portón San Marcos es transportarse a otros mundos nunca conocidos. Basta llegar al parque y preguntar dónde queda el Hostal Portón San Marcos. Allí, nomasito, a tres cuadras, cualquiera le contesta, señalándole con el dedo la calle que debe tomar.

Haga el ensayo y vaya. Y después no me dé las gracias a mí, sino a Segundo Antonio González, que sigue trabajando para que Chinácota sea el mejor destino turístico del departamento.

Martes, 14 de Agosto de 2018
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