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Cizaña

Estoy convencido de que el papa quiso recordar la importancia de las paces, así, en plural.

El papa estuvo en Colombia y durante los cinco días de su visita se dirigió a sus feligreses en veinte ocasiones; acabo de leer la totalidad de sus homilías y discursos por una razón elemental: quería tener un criterio propio de sus mensajes. Mi último viaje a Colombia coincidió con la visita papal y desde que escuché sus primeras palabras, comprendí que la polarización política más reciente, la derivada del proceso de paz, terminaría siendo el principal y más pobre método de interpretación de las palabras de Jorge Mario Bergoglio.

Me explico. El seis de septiembre, día en el que llegó el obispo de Roma a Bogotá, estaba desayunando en un hotel de Cúcuta y dos empleados discutían con vehemencia, frente al televisor que emitía las primeras palabras del papa, el significado de una de sus reflexiones: “no pierdan la esperanza”. La señora que limpiaba las mesas decía que “el papita lo decía para que todos por fin creyéramos en la paz”. El señor que servía el café, en cambio, afirmaba que “lo dijo para que no nos dejemos robar la esperanza de las Farc y del comunismo”. 

A partir de este momento quise leer todos los mensajes del papa intentando descifrar si parte de los mismos estaban cargados de dobles intenciones, y no. Desde mi lectura e interpretación, no. Cito, desde mi criterio, los principales ejemplos de las palabras del papa que más se tergiversaron para extender y reforzar la polarización en la que estamos inmersos. Empiezo por el más obvio; el del restaurante del hotel: cuando el papa habló de esperanza, hablaba solo de eso. De esperanza. De nada más. Y la esperanza es un bien común. Por esta razón un cliente terminó reprendiendo a los empleados del hotel, pero eso se los cuento más tarde. 

Cuando se refirió a “procesos de paz”, que fue solo en dos ocasiones, lo hizo en plural y nunca situó su mensaje en los Acuerdos de La Habana; las diecinueve veces que habló de justicia, principalmente lo expuso en contexto de la justicia divina y no a la terrenal; en cincuenta y nueve oportunidades mencionó la palabra paz de forma genérica y enmarcada en postulados propios de la Iglesia, y solo en una de ellas sí hizo referencia a la expresión “estable y duradera” (lo que acompañó de ciertos condicionamientos si realmente queríamos lograrla, pero incluso aquí, tampoco se refirió a los Acuerdos de La Habana); finalmente, en cuatro ocasiones se refirió a la cizaña, pero si se lee con atención el discurso es fácil concluir que el papa evocaba la parábola del Evangelio de Mateo: nada más. 

Y bueno. En el restaurante del hotel, en la calle, en los medios y en las redes sociales, la interpretación de los mensajes del papa se utilizaban de acuerdo a las posturas políticas de cada quien. Unos que “el papa defendía el proceso de paz”, otros que “cuando hablaba de justicia se refería a la falta de cárcel para los integrantes de las Farc”, otros que “la cizaña iba como dardo al corazón del senador Álvaro Uribe”. Todo lo anterior, al final, tergiversación de los discursos y manipulación.

Estoy convencido de que el papa quiso recordar la importancia de las paces, así, en plural. Y, expresar, a todas y a todos, que la parábola de la cizaña lo que enseña es respeto y tolerancia. Tanto es así, que hasta el autor John Milton la utilizó en 1644 para defender la libertad de expresión. Criticar el proceso de paz o a los críticos del proceso de paz nos exige más que cizaña. Es urgente la necesidad de fundamentar posiciones con análisis estructurados, y no con el uso amañado, fácil y mediocre de la manipulación de la fe para propósitos argumentativos. Creyentes y ateos, y defensores y opositores del proceso paz, terminaron instrumentalizando los discursos del papa; y como les dijo el cliente a los empleados que discutían en el hotel, “así no es la vuelta”.

Viernes, 22 de Septiembre de 2017
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