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Colombia entre paz y guerra
La gran tarea de Iván Duque, que él parece tener clara, es la de sacar a Colombia del estéril y destructor pugilato que desde hace años se instauró en el país de acusaciones e insultos de los unos a los otros. 
Sábado, 28 de Julio de 2018

El cúmulo de denuncias contra el expresidente Uribe Vélez, ha sido uno de los principales generadores de la polarización política en la que desde hace años está sumido el país y parece que finalmente llega a su escenario propio, el de la justicia ante la cual el ciudadano Álvaro Uribe deberá rebatir los cargos que le formula la Sala Penal de la Corte Suprema de Justicia; se trata de un asunto de responsabilidad penal y esta es individual. Con esta decisión, el presidente electo podrá adquirir el espacio de acción, decisión y responsabilidad propio de su investidura presidencial. Está por verse el impacto de la decisión judicial sobre la coalición que lo eligió, para enfrentar un Congreso complejo por la alta representatividad de su nueva composición en donde Duque enfrentará una necesaria y aguerrida oposición que, sin ser monolítica, es de respeto.

La gran tarea de Iván Duque, que él parece tener clara, es la de sacar a Colombia del estéril y destructor pugilato que desde hace años se instauró en el país de acusaciones e insultos de los unos a los otros, de castrochavista o de paraco. Ha sido el reinado de las emociones - rabia, miedo, simple bronca - pero no de ideas ni propuestas. Pugilato verbal que impide la discusión argumentada entre posiciones divergentes y aún contradictorias sobre los temas centrales para el futuro nacional, como sucede en cualquier democracia medianamente organizada: sobre la economía y su organización (“el modelo”), sobre la tierra y la industria, la salud y la educación, el fortalecimiento de los escenarios territoriales... Son asuntos no discutidos pero sí decididos a espaldas del país por los centros cerrados del poder. En este sentido, el reiterado mensaje del presidente electo de trabajar por lograr reconfigurar un escenario de unidad que no de unanimidad, es importante y su solo logro es necesario para el avance de

Colombia dejando atrás tanta violencia, tanto irrespeto a los derechos de las personas.

La elección de Duque plantea un relevo generacional, que no implica necesariamente, al menos de inmediato un cambio ideológico o programático, sino el reempacamiento de mucho de lo vigente, imprimiéndole sabor y olor a una modernidad urbana cosmopolita. El debate pendiente sobre los temas fundamentales, permitiría la transformación de los contenidos.
Su gabinete no nace de la entraña de la vieja política, sin por ello dejar de ser político. Tiene un perfil administrativo, gerencial, compuesto por personas cercanas a la lógica e intereses del mundo empresarial. Podría pensarse que estamos ante una realidad política que deja de lado la intermediación de las instancias políticas tradicionales, para establecer una relación directa entre el poder público/estatal y el privado/empresarial.

Esa mentalidad puede ser salvadora si se dirige al cumplimiento de los acuerdos de La Habana, especialmente en lo referente a la reforma rural integral, la sustitución de cultivos y el desarrollo territorial, pues como lo analiza Naciones Unidas su aterrador incumplimiento ha demostrado la incapacidad del Estado para materializarlos. Esa podría ser la decisión gubernamental que los salve del fracaso definitivo. 

Por esa razón para el sector de las viejas Farc sería la última esperanza de que su decisión de salir del conflicto armado no termine en una gigantesca frustración, que ya alimenta a las llamadas disidencias que apoyadas en el narcotráfico pretenden continuar la lucha armada, convertidas en enemigo común del Estado materializado, en el gobierno de Duque, y de las Farc transformadas en partido político.

Ambos tienen otro compromiso y responsabilidad conjunta en el combate al narcotráfico desarrollado con posterioridad a la firma de dichos acuerdos, y a la minería criminal; es condición necesaria para que tenga futuro la política de sustitución y no se convierta en una condena de muerte para muchos dirigentes sociales. Las Viejas Farc en esto se juegan la vida y la posibilidad de que su decisión de entrega de armas no termine en otro baño de sangre, como parece vislumbrarse. Para Duque sería la oportunidad histórica, ante el asombro de muchos, de ser el gobernante que salvó la paz de su inminente fracaso.

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