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De codazos, zancadillas y otros
Con excepciones, como el del ciclista que dio el codazo, parece que los deportistas siguen siendo lo mejorcito que tenemos en este valle de lágrimas.
Lunes, 11 de Septiembre de 2017

Luego de que pasó el codazo que un ciclista le pegó a otro, en el tour de Francia, y que lo sacó no sólo de la pista sino de la carrera, y que, de ñapa, le fracturó el brazo y la clavícula, ahora es bueno recordar que de todo hay en la viña del Señor.

De muchachos nos enseñaron que hacer deporte es hacer patria, y que lo ideal es tener mente sana en cuerpo sano, y que los deportistas   son lo mejorcito que hay, tanto por fuera como por dentro…y un pocotón de cosas muy buenas para ser nuevas personas con base en el deporte.

Pero parece que ni siquiera el deporte se salva de la ola de violencia que va por todo el mundo. Vicepresidentes de la república, que les cascan a sus empleados, mujeres que les pegan a sus indefensos maridos  y viceversa, hijos que golpean a sus papás, alumnos que desafían a sus maestros, mejor dicho, Chicho.

Ni siquiera el deporte se salva. Ahí ve uno futbolistas dándoles pata a sus adversarios, sin que el árbitro lo note; basquetbolistas que les revientan a propósito las ñatas a los del otro equipo; beisbolistas que les rompen el bate a los otros en las espaldas; corredores de carros que les cierran el paso a los demás, a veces con accidentes graves en la pista, en fin…

O sea que los deportistas se contagiaron de las costumbres del bajo mundo en que viven. Digo bajo mundo para referirme a la tierra, donde hay de todas las bajezas que uno se pueda imaginar: asesinos, guerrilleros, paramilitares, políticos…

¿Recuerdan al compañero pelión del curso en el colegio? ¿Ese que les ponía zancadillas a los demás cuando iban corriendo para hacerlos caer?  ¿Recuerdan los que les quitaban las loncheras a los más pequeños? ¿Recuerdan los que les quitaban las tareas al mejor del curso, para que perdiera la materia? Esos no eran deportistas.

Desde niños, desde muchachos, desde jóvenes, haciendo maldades, y después cuando grandes, poniendo zancadillas en serio, para frustrar una carrera de éxitos o para amargarle la vida al que le cae mal. Afortunadamente no fueron deportistas

Con excepciones, como el del ciclista que dio el codazo, parece que los deportistas siguen siendo lo mejorcito que tenemos en este valle de lágrimas. Admiro a los deportistas, cualquiera que sea el deporte que practiquen, así sea el del trompo o el de las pipas de cristal. Los admiro aunque no ganen medallas. Pero, siendo francos, me gustan más cuando las ganan.

Por eso me duele cuando algún deportista muestra el cobre sacando a relucir lo que tiene por dentro: pura escoria. Me duele, como si yo fuera el golpeado.

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