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De las fiestas patronales
Las Mercedes, por ejemplo, hoy está de fiesta. 
Jueves, 24 de Septiembre de 2020

Con la pandemia se nos vino todo abajo, hasta las fiestas patronales que con tanta pompa y bulla se celebraba en los pueblos.  Digo en los pueblos porque en las ciudades no existe eso de celebrarle al santo a la santa una fiesta con todas las de la ley, es decir, música, misa, procesión, pólvora, y en las tardes rumba, toros, bailoteos y demás, como se celebraba en los pueblos antes de esta larga cuarentena que nos ha tocado sobrellevar.
   
Las Mercedes, por ejemplo, hoy está de fiesta. Hoy es el día de nuestra patrona, la Virgen de Las Mercedes. Pero este año la fiesta es escuálida, misa por radio o por wassap, rumba virtual y ni siquiera una picadita de ojos. ¡Qué vainazo el que nos echó ese murciélago chino!
   
Recuerdo las fiestas mercedeñas de antes. Con un mes de anticipación, el corregidor sacaba un bando (una orden que leía los domingos a la salida de misa) obligando a blanquear el frente de las casas y a desyerbar el empedrado de las calles. A los borrachitos buscapleitos, los metían al calabozo y al otro día la policía los ponía a  limpiar la plaza de malezas. De modo que cuando llegaban las fiestas patronales, todo estaba limpiecito, como una tacita de plata, decían los pobladores.
   
Todo el mundo se alistaba. Los sastres y costureras no daban abasto haciéndole trajes y vestidos a la gente porque había que estrenar. Los quincalleros llegaban con tiempo  para vender sus productos. Los cantineros aprontaban cerveza, ron y aguardientes (del legal y del rastrojero), suficientes para los tres días de jolgorio: 22, 23 y 24 de septiembre. El cura no daba abasto confesando, predicando y recogiendo limosnas. Los músicos afinaban el tiple, las guitarras y las maracas. Los arrieros llevaban cargamentos de café a Sardinata, y regresaban cargados de mercancías. Cada quien preparando sus bolsillos, porque en tiempos de fiestas no se repara. Era también la época del reencuentro con amigos y familiares que volvían al pueblo después de un año o más de haber partido. Era la oportunidad para ver de nuevo caras conocidas, amigos de infancia, compañeros de aventuras pueblerinas.  
      
La polvorada al alba anunciaba, el 22, que las fiestas habían comenzado. La programación de los días 22 y 23 eran más o menos lo mismo: Rosario de aurora,  misa,   competencias culturales, deportivas y de tradiciones. Por la tarde, la corrida de toros, que no podía faltar. Fiestas patronales sin toros no eran fiestas. Y en la noche la rumba.
  
El día de la Virgen, el 24 de septiembre, como hoy, la cosa era a otro nivel. Desfile musical por las calles a las 5 de la mañana; a las 10, la misa solemne, con varios curas y procesión con la patrona por las principales calles. Las principales eran todas, porque no había sino tres, y la Virgen debía recorrer cuanta callejuela hubiera, derramando bendiciones sobre la población. 
   
En la tarde, la última corrida, y en la noche, el último bailoteo de la temporada, con mucha alegría, pero también con un poco de nostalgia. Las fiestas patronales terminaban y tocaba esperar otro año para repetir ese encuentro maravilloso.
   
Después llegó el progreso, hubo carretera, se acabaron los arrieros, la plaza se volvió un hermoso parque y cambiaron algunas costumbres, pero las Fiestas de la Virgen siguieron llenando de alegría y de esperanza a sus gentes.
   
Ahora la cosa es distinta. Llegaron la pandemia, los tapabocas y el culillo. Nos toca suspirar y llenarnos de recuerdos. Y esperar al año entrante, a ver si de pronto, tal vez, quién sabe.   

gusgomar@hotmail.com

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