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De los regalos navideños

Dicen algunos historiadores sagrados que fueron los reyes magos los que nos echaron el vainazo de tener que dar regalos como lo hicieron ellos.

Llegó el momento de meternos la mano al dril para decirle al amigo, al familiar, a la mujer, con algún regalo, que los queremos mucho, poquito o nada. No quiero decir que debemos dar regalos costosos para mostrar un gran cariño. No. Cada quien según su bolsillo, pero tampoco salir con un chorro de babas. Procurando, eso sí, que quede para la ropita y para el pernil relleno de la media noche del 24 y para los amarillos (amarillos son los wiskicillos o rones, y los calzoncillos del 31 para amanecer el nuevo año haciéndole un guiño a la buena suerte).

Dicen algunos historiadores sagrados que fueron los reyes magos los que nos echaron el vainazo de tener que dar regalos como lo hicieron ellos, unos fulanos que ni eran reyes ni eran magos. Los reyes tienen un reino o un país donde mandan, y Gaspar, Melchor y Baltasar no mandaban ni en su propia casa, porque ya se sabe, según mandato de las escrituras, que en todo hogar que se respete, la que manda es la mujer.

Tampoco eran magos de los que sacan conejos de un sombrero o atrapan a una mariposa volando y la convierten en un devaluado billete de mil pesos. Tampoco eran adivinos de los que hay en los pueblos. Conocí un adivino en Las Mercedes, al que acudían las casadas del pueblo para saber si el marido las estaba engañando y con cuál perra. Nunca supe si acertó o no, pero cierta vez anocheció y no amaneció porque los maridos furiosos lo iban a linchar.  El pobre era un chichipatoso que no tenía donde caer muerto. Indudablemente nuestros tres personajes de la biblia no eran de esa calaña.

Lo que sí parece ser cierto es que eran astrólogos. Y no todo el mundo puede ser astrólogo porque se necesita tener mucho dinero para comprar una cantidad de aparatejos y para pasarse la noche entera a la pata de las estrellas. Al otro día, trasnochados y ojerosos, no podían ir a trabajar. De manera que eran unos ricachones que vivían de la renta o de prestar plata al interés. No puedo decir que eran políticos, de los que viven engrudados de mermelada y de comisiones de empresas como Odebrecht.

Pero lo cierto es que tenían mucha marmaja. Lo mostraron cuando le trajeron al recién nacido de Belén, aquellos famosos regalos. Venían siguiéndole el rastro a una nueva estrella y,  como eran leídos, supieron que se trataba del nacimiento de alguien importante. Como en efecto lo fue.

Uno de ellos se botó con unas onzas de oro. ¿Qué hicieron José y María con aquella fortuna? Se cree, y supongo yo, que, de regreso a Belén, cambiaron el oro por denarios, y compraron casa propia con taller incluido para no tener que seguir pagando arriendo. María se compró unas nuevas túnicas pues las que tenía ya se estaban poniendo transparentes, a José le compró ropa de trabajar y al Niño buenos vestiditos. Hasta la burra salió ganando pues le compraron enjalma nueva.

¿Y con el incienso? Para qué carajo le llevarían al Niño unas libras de incienso, que sólo se usa en las iglesias? José debió ir al Templo y le ofreció en venta al sacerdote aquel incienso. El sacerdote le dijo que lo dejara como diezmo y tendría asegurada la vida eterna. ¡Qué iba a saber aquel curita de misa y olla, que José y María tenían más ganado el cielo que cualquiera sin necesidad de pagar diezmos. 

¿Y la mirra?  María la debió utilizar como huele-huele para regar la casa y quitarle ese olor a aserrín y a boñiga de la burra.

De aquí se desprende una enseñanza: los regalos que demos que sirvan de algo.

Sin embargo hay que hacer una aclaración: antes que los reyes magos o adivinos o astrólogos, fueron los pastores los que le llevaron regalitos al Niño Dios: le llevaron una ovejita, unas pieles de oveja para abrigar al recién nacido, y unas botellas de leche recién ordeñada para alimentar al bebé. Y el más pobre le cantó una canción en su viejo tambor, ra ta ta plan, ra ta ta plan… Y el Niño sonrió. De modo que quienes nos embarcaron en el cuento de los regalos, en realidad fueron los pastores.

Yo por mi parte, invito a mis lectores a que regalen libros. Mi último libro se llama Corran, que empezó la guerra. Y es posible que les guste. Me pueden escribir a mi correo que aparece al pie de la foto que adorna esta columna. Feliz Navidad.

Jueves, 21 de Diciembre de 2017
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