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Del amor en tiempos de pandemia

Los serenateros, los mariachis y los conjuntos vallenatos sueñan con recuperar este sábado, algo de su tiempo perdido.

Mi prima se separó del esposo al mes de haber empezado la cuarentena. Dijo que ver durante treinta días seguidos a su marido de la cama al sofá, del sofá al comedor y del comedor a la cama, había producido en ella una sensación de ira e intenso dolor, por lo que prefirió separarse antes que le tocara optar por otras más drásticas medidas. Se fue con sus chiros a la casa de su mamá,  y el marido siguió en las mismas: de la cama al sofá, del sofá al comedor y viceversa. 

No es el único caso. El vecino de la casa del frente, que se quedó sin trabajo por la pandemia, abandonó su hogar  porque eso de tener que levantarse  a regar matas y a sacar el perrito a la calle para que haga sus necesidades donde los vecinos y no en el andén propio, y  la lavadera de platos tres veces al día, la trapeada y la planchada de ropas, es muy tieso para el varón de la casa. Un día se fue y no ha vuelto.

La policía dice que la curva de separaciones de casados, rejuntados o enmozados, sube más rápido que la línea de los contagiados por el virus, y que el pico no aparece por ninguna parte.  

Mi amiga la sicóloga dice que si el encerramiento  obligatorio hubiera durado hasta   el fin de año, la tasa de suicidios de maridos habría sido muy alta. Porque eso de convivir con el enemigo sólo se da en el Congreso de la República.

En cambio el equipo investigador de Anverso y Reverso en sus investigaciones ha llegado a la conclusión de que el encierro obligatorio fue apenas el pretexto. Que las parejas ya venían mal y que faltaba un empujoncito para que se derrumbaran. Faltaba el florero de Llorente para que se diera el 20 de julio, o la muerte del abogado Javier Ordóñez para incendiar los Cais. Pretextos nada más, pero ya todo estaba fríamente calculado.

Los novios que venían en la cuerda floja también encontraron la oportunidad para tirar la toalla, con el cuento de que esto sin vernos no funciona. ¡Mentiras! Encontraron en la cuarentena obligatoria el motivo preciso para tomar decisiones que antes no habían podido tomar. Y los amantes que ya no daban más. Y la amiguita que ya estaba pidiendo mucho y no había manera de quitársela de encima. Y el sostener dos hogares en pandemia, sin trabajo.   De modo que repito lo que ya se viene diciendo: la pandemia ha traído sus cosas buenas.

Pero otra cosa es cierta. Esta semana en que se celebra el día comercial del Amor y de la Amistad, muchos comerciantes la van a ver peluda. La señora que vendía bolsitas para regalos, la muchacha que vendía detallitos y el que vendía flores en las esquinas, verán muy reducidas sus ventas este año. 

No sólo ellos. Los restaurantes que aún no tienen permiso para atender clientela. Los bares, vendiendo aguamiel con limón. Los moteles exigiendo distanciamiento social entre las parejas. Los bingos y discotecas sin poder abrir. Los centros comerciales que no alcanzaron a surtirse. Todos ellos van a tener un día grisáceo, con amenazas de lluvia.

Los serenateros de música de cuerda, los mariachis de Jalisco y de Atalaya y los conjuntos vallenatos del Malecón, sueñan con recuperar este sábado, algo de su tiempo perdido. Quiera Dios que la cosa les funcione.

En consecuencia, el amor en tiempos de pandemia tiene diversas manifestaciones. Dicen que las fiestas son buenas o son  malas, dependiendo de cómo le vaya a cada quien. 

gusgomar@hotmail.com   

Miércoles, 16 de Septiembre de 2020
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