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Discurso del odio (I)

El odio es una fuerza mucho más sólida y eterna que el amor. El odio hace que las personas no mueran.

En los libros de historia, en los artículos de prensa, en las conferencias de los encuentros académicos de colombianistas y expertos y eruditos en la historia de Colombia, como Bushnell, Pécaut o Malcolm Deas, incluso, en los grafitis de calle, todos dicen lo mismo: que en la época de la Violencia (aquélla que comienza con el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán y de la “viril brutalidad, para decirlo con Chesterton) los liberales se mataban con los conservadores en una orgía perpetua de sangre y dolor que, 60 años después, cobra una cifra de más de 8 millones de cadáveres.

Pero no es cierto ese facilismo histórico según el cual liberales se mataban con conservadores. La verdad es que se  mataban los liberales pobres con los conservadores pobres, mientras los dirigentes de ambos partidos celebraban con whisky el acuerdo de Benidorm (y luego el acuerdo de Sitges) que permitiría el reparto igualitario de la administración del poder. Ningún liberal mandó a sus hijos a pagar servicio militar. Tampoco ningún conservador.  Fueron los pobres y campesinos de este país que entregaron sus vidas a una guerra que no era suya. La Violencia en Colombia ha dejado vastos territorios en descampado, grandes desplazamientos bíblicos en busca de la tierra prometida y viudas reclamando cadáveres en la plaza central. Desde las desapariciones forzadas de la violencia partidista hasta los falsos positivos en el gobierno de Uribe, Colombia es un país en luto.

Pero también es un país de odios. Todos nos odiamos. Odiamos al vecino porque tiene una mejor casa; al jefe porque nos explota, y a todo lo que no es como uno porque no es como uno.  Una mirada rápida a las redes sociales es suficiente para comprobar que lo de Colombia es una historia detenida por el odio. No avanzamos. Tampoco retrocedemos. Sino que estamos paralizados en un odio visceral, irreconciliable. Entonces, Gustavo Bolívar quiere llegar al  Senado “para meter preso a Uribe”. No quiere legislar, ni tramitar leyes: quiere meter preso a Uribe porque lo odia. Uribe, a su vez, quiere recuperar el poder para vengarse de la “traición de Santos”. No le importa el país, solo quiere venganza. 

El odio es una fuerza mucho más sólida y eterna que el amor. El odio hace que las personas no mueran. El amor, sí (uno se muere de amor, pero nunca de odio). El odio siembra en la tierra al hombre, el amor lo gravita. El odio, en un corazón pequeño, hace tiranos. El amor, en cambio, hace hombres libres, incluso de una concepción teológica del mundo. El escenario de las redes sociales es el escenario del odio: que García Márquez  se vaya al infierno por comunista, y Stephen Hawking por ateo. La guerra se trasladó a los memes, al twitter, al facebook, al fake news a la posverdad.

En las redes sociales Colombia está divida en dos: guerrilleros y paramilitares. Si usted está de acuerdo con Uribe es paramilitar y si no lo está, es guerrillero. Y así no puede respirar. El mundo se asume en bloque y así es imposible pensar en el país y sacarlo de su atolladero: de su historia detenida por odios.

Odio no es una palabra que se lee al derecho y al revés, sino que asumiéndola al derecho, hace la vida al revés.

Jueves, 15 de Marzo de 2018
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