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Doña Juana: ¿fundadora o qué?

 Con su donación hizo posible que Cúcuta naciera. Le dio vida. La fundó.

Ayer Cúcuta estaba de cumpleaños. Nadie le partió la torta, nadie le dio serenata, nadie la abrazó. Hasta doña Juana llevó del bulto porque este año no le hicieron el acto de siempre, al pie de su estatua, con discursos, ofrendas florales por montones y aglomeración de gente. Es que con esto de la pandemia todo está al revés y no es lo mismo de lejitos que de cerquita.

Y como no faltan los que dicen que la doña no fue fundadora, yo repito lo que ya he dicho en otras oportunidades:

Si hablar de fundación significa cumplir con el ritual que los conquistadores tenían para fundar pueblos (sacar la espada, poner la cruz al frente y gritar: En nombre de Dios y del rey de España en este sitio fundo la ciudad de…), pues la respuesta necesariamente es negativa. Aquí no sucedió nada de eso. 

Pero si fundar es darle vida a algo, doña Juana Rangel de Cuéllar es la fundadora de la ciudad. Con su donación hizo posible que Cúcuta naciera. Le dio vida. La fundó. Sentada. Muy oronda y muy maja. Le dio tanta importancia al acto, que se vistió con sus mejores galas y para firmar las escrituras de donación de algunas de sus  tierras a los colonos, no utilizó cualquier lapicero, sino pluma de gallina criolla, y hasta mandó por el alcalde de Pamplona, capitán Juan Antonio Villamizar y Pinedo, para que legalizara y protocolizara la donación.

Doña Juana tuvo que demostrar, para efectos legales, que con esa donación no quedaba en la carramplana, ni sus herederos iban a aguantar hambre. También demostró que ningún embargo pesaba sobre aquellas tierras, ni las tenía hipotecadas (ni con hipoteca inversa, ni de las otras), ni las tenía empeñadas. Presentado que hubo el certificado de Libertad y Tradición, procedieron a elaborar la escritura donde donaba “media estancia de ganado mayor”, avaluada en un montón de patacones.

El alcalde de Pamplona también  debió comprobar que doña Juana, a pesar de sus 84 años, estaba en sus cabales, que no se le corría la teja, ni sufría de demencia senil, para evitar que después se arrepintiera de lo donado, alegando que no se acordaba de la firma aquella. Casos se han visto.

De modo que Juana Rangel de Cuéllar hizo todo lo que había que hacer para que su donación fuera legal, y después no le fueran a meter tutelas y demandas. A partir de ahí, San José de Guasimales (después Cúcuta) echó a andar.
   
La Academia de Historia de Norte de Santander, al mando del piloso Luis Fernando Niño, hizo ayer de manera virtual una asamblea general de todos los miembros, para conmemorar los 287 años de Cúcuta y aprobar otros menesteres de la academia. Desde mi casa, temblando de miedo ante la cámara, yo dije que Cúcuta fue gateando, como un niño, por el valle, fue creciendo y  se trepó a las lomas de Atalaya, Belén y La Libertad. Pero creció mucho y, como a una muchacha volantona, los vestidos le quedaron cortos, y ahora tiene problemas por montón.
   
Uno de los graves problemas de Cúcuta en este momento es la falta de identidad cucuteña de quienes aquí habitamos. No somos orgullosos de ser cucuteños, la tratamos mal, la saqueamos, la ensuciamos y le damos mala imagen. El día en que nos sintamos cucuteños de verdad, muchas cosas van a cambiar, empezando por nuestro comportamiento ciudadano. Ojalá esta pandemia, este alejamiento obligatorio, nos ayude a pensar en Cúcuta y a quererla más y a cuidarla más. Ese sí que sería un buen regalo.  

Jueves, 18 de Junio de 2020
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