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Duque, entre la guerra y el futuro

Tiene abierto el camino para consolidar su espacio político y establecer la impronta de su gobierno.

En la posesión presidencial quedaron claros dos asuntos. El primero es que el expresidente Uribe y su grupo tienen como su objetivo político principal para los próximos años ya no a las Farc, sino al expresidente Santos; el discurso del senador Macías abrió fuego en la nueva guerra que ya no será entre guerreros y pacifistas, sino entre los dos expresidentes; una guerra ciegamente personalista, que podría hacer ver a Santos como una víctima del encono uribista, y en la cual Duque nada tiene que ver. 

A Duque el discurso de Macías sin duda le facilitará posicionarse por encima de esos conflictos, presentándose como el adalid de una reunificación ciudadana en el respeto a las diferencias; no faltará quien diga que todo fue un montaje para mantener la beligerancia uribista sin afectar la imagen que busca construir/presentar el nuevo presidente.

El segundo asunto que se aclaró, ligado al anterior, es que Duque no es ni clon ni marioneta del expresidente. 

Tiene abierto el camino para consolidar su espacio político y establecer la impronta de su gobierno, y permitir superar la actual  polarización entre “castrochavistas” y “paracos” que entraba cualquier posibilidad de avanzar y de definir prioridades. 

Su propuesta central es impulsar un compromiso ciudadano en un aún vago pacto por Colombia, que sería el eje de su plan de desarrollo para, uniendo propósitos y energías, avanzar hacia un futuro acordado.

Una unidad que no puede ser solo ciudadana sino política y que, al menos en sus propósitos y voluntad, no puede darle la espalda a una oposición que ni mencionó en su discurso. 

Esto se vio claramente en su planteamiento sobre  la lucha contra la corrupción con la radicación de un proyecto de ley que recoge lo fundamental de los puntos que en próximos días votará la ciudadanía en una consulta que como presidente electo había apoyado para luego omitirla en su discurso; se trata de un asunto álgido y de índole nacional que como pocos permitiría tender puentes entre Gobierno y oposición. Perdió una gran oportunidad para invitar a la oposición a trabajar conjuntamente un tema cuya importancia comparten, lo cual estaría en consonancia con el espíritu y propósito de su pacto por Colombia.

Muchas de sus críticas al Gobierno saliente no fueron respecto a los acuerdos de paz, que los entiende como un compromiso que se debe honrar, sino a su implementación por problemas administrativos, institucionales y presupuestales que han llevado a incumplimientos con la guerrillerada desmovilizada y con las víctimas; sobraron las promesas y faltaron las realizaciones concretas; en ello se incluyen los programas de sustitución de cultivos, que no suspenderá pero condicionará. Reafirma lo establecido en los acuerdos habaneros con sus ajustes, que los delitos fallados por la justicia como de lesa humanidad no son amnistiables y sus responsables deberán pagar las correspondientes penas.

Lo referente a la negociación con el Eln lo revisará con las entidades participantes en el proceso para tomar una decisión; adelantó, sí, que ya no deberían concentrarse en determinados puntos, vieja pretensión del expresidente Uribe en estos casos desde que era gobernador de Antioquia.

No deben pedírsele peras al olmo, Duque es neoliberal y no propuso cambiar el modelo, basta con ver su ministro de Hacienda. Mantiene la apertura al comercio y a la inversión extranjera; la reducción de impuestos a las empresas con la trasnochada y fallida idea de que así aumentarán casi que automáticamente sus inversiones y demanda de mano de obra, como si los impuestos fueran la única razón de su desánimo inversionista. Guardó silencio sobre los impuestos a los altos ingresos que recomiendan todos los estudios, OCDE incluida. Igualmente, respecto a los impuestos catastrales, especialmente los rurales, que son un instrumento valioso para orientar y financiar el desarrollo rural, sobre el cual fue en exceso parco dada la importancia y sensibilidad actual del tema, pero tal vez fue por eso mismo.

Silencio igualmente sobre la bomba de tiempo pensional, pensará que si el empleo aumenta, el problema tendrá al menos manejo. Reconoce el problema no resuelto de la financiación de la salud pero poco más. Las industrias naranja y sus requerimientos son las novedades en un programa de gobierno convencional, muchas de cuyas propuestas ya han sido ensayadas sin mayores resultados, porque buscan simplemente ajustar y no transformar realidades que es precisamente lo que el país requiere, transformaciones estructuradas y coherentes.
Pero bueno, si el nuevo presidente logra marcar una distancia con el pasado y crea las condiciones, rayando la cancha para avanzar sin ese pesado lastre, habrá cumplido su cometido, que Colombia hoy necesita.

Sábado, 11 de Agosto de 2018
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