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Efecto Napoleón
Trump pretende compensar la falta de soluciones para los cinco millones de refugiados palestinos, quienes no tendrían derecho al retorno.
Domingo, 2 de Febrero de 2020

La ruptura de las relaciones entre Palestina e Israel y Estados Unidos es una consecuencia de la presentación del ‘acuerdo del siglo’ por parte de Donald Trump, como la apuesta más importante para lograr la paz, prosperidad y un futuro más brillante en Oriente Próximo, según su discurso. 

Lejos de la realidad, están los calificativos que han ofrecido a Mahmud Abbas (presidente de la Autoridad Palestina), los medios internacionales, respecto de su determinación sobre romper las relaciones: Palestina no está poniendo en jaque la estabilidad en Tierra Santa, y tampoco quiere desencadenar una nueva ola de violencia en Cisjordania o Jerusalén. Esta decisión es una manifestación de rechazo ante un proyecto del presidente norteamericano, que claramente responde a una serie de consideraciones electorales domésticas, y que no brinda los mismos beneficios a las partes involucradas. 

Tanto para el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, como para el presidente estadounidense, Donald Trump, el foco del acuerdo de paz está en horizontes electorales y batallas políticas internas que ocupan toda la atención de los mandatarios: impeachment y comicios en noviembre, para Trump; y levantamiento de la inmunidad en la Knese, junto con las próximas elecciones de febrero, para Netanyahu. 

Con esa corta distancia que separa la visión que se tiene montado a caballo de aquella otra a ras de suelo, o, también llamada falta de visión periférica, Donald Trump está experimentando el efecto Napoleón que ha puesto en jaque a decenas de líderes en momentos importantes de la historia. 

Tras cruzar el Niemen en 1812, Napoleón emprendió las negociaciones con el general Aleksandr Baláshov en Vilna, con el propósito de lograr cesiones por parte del zar Alejandro I en su cruzada por invadir Rusia. Allí, el emperador perdió el control y terminó insultando al zar. Sin embargo, en su mente, todo lo que había hecho era bueno, pero no porque se ajustase a cualquier noción de lo que era bueno o malo, sino por tratarse de acciones suyas. 

Lo mismo le sucede a Donald Trump en el contexto de búsqueda de una solución definitiva al conflicto palestino-israelí. Cree, erróneamente, que una inyección de recursos en la economía de Gaza y Cisjordania es suficiente para compensar la anulación de los principios de soberanía y estatalidad que contempla el ‘acuerdo del siglo’. 

Sin lugar a duda, el acuerdo atraviesa la línea roja del consenso en la comunidad internacional, y, a pesar de que desde abril del año pasado se advertía que el ‘acuerdo del siglo’ sería el ataúd de los Acuerdos de Oslo, ningún gobierno se había atrevido a tal asimetría en un plan: a) Declarar a Jerusalén como capital exclusiva de Israel, b) Limitar la nación palestina a núcleos urbanos actuales y c) Ofrecer más territorio a asentamientos judíos en el valle del Jordán, lugar de gran importancia geopolítica porque proporciona acceso a recursos hídricos a lo largo de 100 km. 

Trump pretende compensar la falta de soluciones para los cinco millones de refugiados palestinos (registrados por ONU), quienes no tendrían derecho al retorno, con una serie de inversiones de 50.000 millones de dólares durante 10 años en territorios palestinos, evidenciando una clara falta de visión periférica al proponer una entidad palestina inferior a un Estado, desmilitarizada y sometida a tutela. 

Los ‘acuerdos del siglo’ constituyen una jugada arriesgada en el tablero global para Trump. Vive el efecto Napoleón, cree que el proyecto es benévolo sólo por ser suyo, y en realidad es todo lo contrario: Por un lado, los acuerdos produjeron la unión de diferentes facciones políticas palestinas que han mostrado una posición sólida de rechazo, la cual ha desembocado en una serie de protestas que definitivamente ponen en riesgo la estabilidad del territorio, y por otro, los acuerdos no le garantizan ninguna ventaja electoral, sobre todo, teniendo en cuenta el contexto de rechazo internacional en el que se enmarca la proposición. 
    

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