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El despeñadero

Este empeño de quedar como sea inscrito en letras de molde en la historia de Colombia como “el presidente de la paz".

Todo indica, sin exagerar, que el país se dirige inexorablemente hacia un despeñadero incierto en todos los órdenes: Político, social, económico, de división irreconciliable, de desamparo e incertidumbre por la posible pérdida  del Estado de Derecho que con muchas dificultades se ha conservado hasta ahora.

Lo digo con pleno convencimiento, sin pasiones y siendo lo más objetivo posible, tan solo basándome en los graves síntomas que este “paciente” llamado Colombia, muestra en su devenir los signos de una enfermedad terminal, sin dolientes y con una ciudadanía aletargada e indolente, que ni se inmuta ante los inevitables pasos de animal grande que la ronda por todos sus frentes.

Lo que está sucediendo en Cuba, pasándose por la faja, a una opinión nacional mayoritaria que se opone de manera contundente a la arbitraria decisión del Gobierno de echar por la calle del medio, sin parar media bola a su desprestigio en cabeza del presidente, muestra una actitud arrogante y despreciativa de la opinión pública que lo castiga en todas las encuestas. En ese orden de ideas ha sacado de la manga de prestidigitador un Acuerdo para “blindar” lo regalado a las Farc sin exigir nada a cambio, que muestra una peligrosa intención de incorporar sin más a la constitución del país lo acordado, y lo no acordado, porque muchos párrafos están en blanco a merced de leyes de potestad absoluta de Santos, quien una vez ungido con estos súper poderes casi chavistas, podrá atropellar a las mayorías democráticas, a favor de un grupo peligrosísimo de malos colombianos, lobos vestidos hoy con piel de oveja.

Y en este empeño de quedar como sea inscrito en letras de molde en la historia de Colombia como “el presidente de la paz”, le secundan unas mayorías parlamentarias elegidas con la mermelada, quienes a pupitrazo limpio le aprueban todo, sin cambiar una coma, sin siquiera leer lo acordado como  Simón Gaviria, “el bobito” que no leyó en su momento los micos de la malograda Reforma a la Justicia. Porque está clarísimo que la tal Unidad Nacional por la Paz, es una alianza burocrática de la peor estirpe, asechando el futuro del posconflicto, el cual fue decretado desde que empezó el proceso, con todo y la frijolera de 110 billones de pesos que costará, donde se regodearán de recursos públicos para dar y convidar. Da grima, da rabia, se siente frustración cuando la democracia permite estas mayorías corruptas, solo pensando en su propio beneficio y no en el del país.

No nos digamos mentiras, ¿Quién en Colombia cree que las Farc son tan buenas que se están acogiendo a estos regalos hechos en La Habana, para dejar de delinquir, de narcotraficar, de extorsionar, de matar a uno que otro policía sin el menor temor de ser castigados? Porque así ha sido de parte de este Gobierno venal y alcahueta. Las muertes de miembros de la fuerza pública por parte de francotiradores ahí se quedarán en la impunidad, al lado de todos los miles de crímenes cometidos por los ahora angelitos, durante su medio siglo de accionar terrorista. Así cómo se va a perdonar al peor asesino que ha tenido este grupo alias “El Paisa”, que ya fue llevado en primera clase a la Habana, a discutir su futuro político y de seguridad jurídica.

Los ejemplos de lo que se viene abundan, de manera descarada se anuncian como “sapos que hay que tragar”. Y todo esto ¿a cambio de qué? De permitir que en unos años, una vez se les modifique la constitución a su servicio, vengan por el poder que tanto anhelan sin ningún pudor; y no lo digo yo, lo dicen muchos que no son enemigos de la paz: Jaime Castro ex alcalde de Bogotá y constitucionalista, Human Right Watch, el Wall Street Journal,  hasta la senadora Claudia López furibunda defensora del proceso. Es como para ponerse a pensar, ¿no creen, señor?

Martes, 31 de Mayo de 2016
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