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El guiño del reno
Y el reno más juguetón (cucuteño) se volteó y le guiñó el ojo.
Domingo, 23 de Diciembre de 2018

La noche se recogía en un ala de misterio azul: Santa meditaba; estaba satisfecho por aquella explosión de trineos, alegrías y, sobretodo, de un pensamiento grato que llenaba su espíritu de luceros.

Pero su alma íntima se apretujaba por el recuerdo de los niños pobres y los ancianos relegados por aquella rotura incomprensible, e ilógica, de la armonía y la igualdad y se llenaba de piedad su corazón.

Ni siquiera el sonido de villancicos bellos en garganticas frescas, lograba atenuar ese inmenso dolor de ausencia; no era capaz de asumir esa tristeza y se recostó, cansado, en el lomo de sus renos.

Una lágrima se deslizaba por su rostro, lenta, penetrante, que se crecía en cada poro para recorrer la piel como el silencio largo de una melancolía; algo así, como una culpa de discriminación de la ternura.

Se sentó al borde de un río y descansó; un duende, entonces, revoloteó por su sombra y Santa comenzó a soñar la nueva alforja: regalos de responsabilidad social, sueños de pureza, luces de consuelo, enormes dosis de paz y equidad, junto con un gran secreto de humanismo.

Le reconfortó poder ser un mejor Santa y se durmió en la añoranza de los niños y la sonrisa sabia de los viejos, imaginando un tiempo feliz y la memoria de una vida aquilatada en la renovación del amor. 

Con una sonrisa reconfortante, se fue a un rincón del universo, mientras la próxima navidad, a conversar con los ángeles, a dormitar en la orla del tiempo. 
Y el reno más juguetón (cucuteño) se volteó y le guiñó el ojo.

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