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El milagro de Santurbán
Los campesinos saben de orillas, de luces y sombras, como en el milagro de Santurbán que debemos proteger con toda nuestra alma.
Domingo, 18 de Marzo de 2018

El viento sostiene el silencio majestuoso de las lagunas de Santurbán, pasea por los sueños campesinos de los pueblos que rondan vigilantes, Cucutilla, Silos, Cácota, Chitagá, Mutiscua, Arboledas, en fin, los recoge y transporta en los picos de los pájaros, los siembra en las flores, en los peces, en los sonidos sumisos de las alturas y en el sabor de los cultivos que esperan la cosecha.

Así, con la paciencia de un rumor de ilusiones, se alargan hacia sus propias orillas, hermosas, con una quietud que se empapa de la latencia que tiene el agua que se estanca y no regresa: sólo se vuelve lenta, cadente.

Pueden adivinarse los ángeles sentados en las piedras, admirando la obra divina que resguardan y la tenue luz se refleja con una armonía, tal, que interpreta el curso de la calma.

Y, en los campos, las vacas mugen, los frailejones cantan, las rocas se convierten en espejos, el oso se quita los anteojos para ver mejor el paisaje, en fin, suenan murmullos de sencillez, de páramos, de casas humildes, de animales alegres, de los colores de las mariposas, de la libertad que se deslumbra a sí misma y se enraíza en el hechizo del horizonte.

De pronto, en un fogón, se anuncian los humos desconocidos que fluyen atentos a las voces de duendes que llaman al café: el viento suspende el vuelo y se serena en el sabor de esa delicia fugaz de cada mañana, para ajustar en el corazón la magia de los días plenos de su romance con el sol.

Los campesinos saben de orillas, de luces y sombras, de nostalgias bonitas, de la paz que emerge de un lago, de cascadas, de aleteos de aves, como en el milagro de Santurbán que debemos proteger con toda nuestra alma. 

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