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El reyezuelo

Como si él no fuera el culpable directo de todas las cosas que denuncia.

Llegó el reyezuelo con su cohorte de aduladores y habló una vez más de una Colombia postrada, de una Colombia entregada al fantasma del comunismo (que solo existe en su cabeza) y habló de lo mismo y prometió lo mismo. El reyezuelo denuncia un país corrupto, inseguro, entregado al terrorismo y a los bandoleros. El sistema de salud no funciona, los pensionados se mueren en las filas, los maestros marchan por sus salarios, los estudiantes desertan de las aulas y las madres de Soacha y Ocaña siguen llorando sus muertos. Habla el reyezuelo con pasmoso desparpajo, con cinismo ramplón, como si él no fuera el culpable directo de todas las cosas que denuncia.

El reyezuelo leyó El Príncipe, de Maquiavelo, en donde aconseja a los gobernantes:

¡Sé miserable!

¡Sé brutal!

¡Piensa exclusivamente en la guerra!

Este iluminado de la ultraderecha del pleistoceno, que debió gobernar con gorilas y mandriles, es un nostálgico del poder y la guerra. Siembra cizaña, odios, miedos. Infunde terror. Todo en él es vacío. El castrochavismo no existe: Castro está muerto, Chávez, también. Las Farc ahora son un partido político y dejaron las armas. Se quedó solo, este reyezuelo picapedrero: lo dejó la historia y sus enemigos. Amigos, no tiene, nunca los ha tenido, y esto se verá más claramente cuando la Corte Penal Internacional le ponga la mano en el hombro. ¿Qué mano les pondrá el reyezuelo a sus aduladores? ¿La dura o la blandita?

Machista fundamentalista, misógino disfrazado, homofóbico (“si lo veo, le doy en la cara, marica), calumniador, cínico, todos los venenos de todas las culebras del mundo salen del nido de su boca. Cuando vaya al séptimo círculo del infierno de Dante (donde van los violentos, los injuriosos y los usureros), se dará cuenta que el mayor de sus pecados no fue haber sido ambicioso y ciego en su deseo enfermizo de perpetuarse en el poder; ni haber inspirado grupos paramilitares que sembraron la muerte; ni haber lanzado a un país a una guerra que no existía; ni haber creado la ley 100 que ha dejado más muertos en las EPS que en los combates con la guerrilla. Su peor pecado, y mayor bajeza, ha sido que, por haber creído que las miserias del poder le darían un puesto dudoso en los libros de historia, nunca fue feliz.

Viernes, 10 de Noviembre de 2017
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