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El vuelo de la verdad

Es también aprender a recoger los pedacitos de luna y los silencios del rocío.

Todo posee alma, hasta la piedra que espera sucesos que, muchas veces, no ocurren; pero, es tal su constancia, que mantiene vigente el soplo de vida que la alienta a salir del encantamiento, a llegar a su propia esencia de pedernal, porque sabe que su anhelo se volverá esperanza. 

Así, los actos humanos se enriquecen en la verdad personal e íntima, en aquella reflexión sensata que supera los vacíos absurdos en que nos debatimos para saciar la voracidad del mundo fácil.

Sólo basta vestir los sentimientos de colores y cambiar las tonalidades de grises, con ese convencimiento de que, siempre, hace falta una motivación genuina para ascender, en espiral, desde el corazón hasta el infinito.

Es también aprender a recoger los pedacitos de luna y los silencios del rocío, para guardarlos en los años y caminar con ellos, al ritmo de la sombra que cubre de sabiduría la edad, y pesa, según la consistencia de los sueños.

Es mirar el horizonte extendido, el vuelo de esa elocuencia universal que se precipita desde el cielo con la lluvia lenta y cae blanda sobre el prado, o la tierra pura, con esa consciencia de regar, que es parecida a despertar.

Es un escenario donde los duendes se sientan en las orillas a animarnos a avanzar, a acompañarnos a superar la soberbia con un pensamiento bueno y, en las alas de cualquier pájaro, volar con la hidalguía de los instantes fortalecidos, como cuando el viento marca la nobleza de la ruta del tiempo, se hace lector de sueños y pregonero de la voz de la ternura.

Domingo, 25 de Agosto de 2019
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