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Elogio de los burros

Hermosa lección, no para ser burros, sino para llenarnos de modestia, sin vanidades, ni orgullos, ni engreimientos.

Le escuché con mucho detenimiento el sermón, el pasado Domingo de Ramos, al párroco de la iglesia de los Carmelitas, excelente homilía como todas las suyas, en la que nos decía que Jesús, por darnos ejemplo de humildad, escogió para su entrada triunfal a Jerusalén, un pollino, en lugar de montar un percherón o un carruaje con caballos de paso, hermosamente enjaezados. Hermosa lección, no para ser burros, sino para llenarnos de modestia, sin vanidades, ni orgullos, ni engreimientos.

“Hagámosle un homenaje a los burros”, me dije ese domingo, pero no a los burros de dos patas que abundan por ahí, simulando ser caballos de garbo y fino trote, sino a los jumentos, pequeños y mansos, que han dejado huella en las páginas de la historia.

Empiezo por recordar la vez que, siendo yo un niño, monté en un burro, triste y orejón, que a los pocos minutos me patarribió sobre el empedrado de la calle. El tochazo fue grande y duro, como grande fue la enseñanza que me dejó: “El burro sabe a quién tumba, y el diablo a quien se lleva”.

Otra vez, el cura del pueblo quiso hacer una semana santa con representaciones en vivo. Para hacer de Cristo, el cura escogió a mi abuelo Cleto Ardila, quizás por su santidad y luenga barba, santidad que le hemos heredado algunos nietos y luenga barba que le heredaron otros. El caso es que el Domingo de Ramos, caballero en burro, iba Jesús rumbo al templo. Algún muchacho le puyó las partes nobles al animal, que salió corcoveando y mi abuelo fue a dar al suelo. El Cristo de esa Semana Santa tuvo que actuar enyesado y con un brazo en cabestrillo.

A la historia también han pasado otros burros y burras, como la burra de Balaam, personaje bíblico del antiguo testamento. Resulta que Balaam, profeta, iba en su burra a reunirse con los enemigos del pueblo de Israel. En el camino se les atravesó un ángel, al que Balaam no veía, pero sí la burra, que se paró en seco y no siguió caminando. Balaam azotó a la burra para que caminara, pero ésta, soltó el habla y le dijo al patriarca: ¿Por qué me pegas? ¿No ves que Dios ha enviado un ángel para no dejarnos pasar? Ante esto, Balaam, atemorizado, no tanto por el ángel invisible sino porque la burra le había hablado, dio la vuelta y regresó, pidiendo perdón a Dios por haberle desobedecido y a la burra por haberla castigado injustamente. 

Es famoso en nuestra literatura el burro de Sancho Panza, el escudero de don Quijote de la Mancha. Mientras el Caballero de la Triste Figura monta en su flaco rocinante, Sancho cabalga un borrico, del que no se sabe el nombre sino que era rucio y torpe como su amo. Cervantes quiso resaltar la vida del noble burro, que siempre acompañó a Sancho en las travesías que hizo al lado del Ingenioso Hidalgo.

Platero es el nombre de otro burro, al que el escritor español Juan Ramón Jiménez hizo famoso en la literatura universal. Se trata de la vida de un borriquillo, pequeño, blando y juguetón, contada en prosa poética y tan hermosamente escrita, que fue factor decisivo para que Juan Ramón ganara el Nobel de literatura. Para que vean que los burros sirven hasta para ganar premios.

Olvidaba rendirle homenaje a otro burro de Las Mercedes, mi pueblo. Fue un burro meteorólogo que le avisaba al pueblo cuándo iba a llover, con rebuznos seguidos y pedorreos constantes. Aquel burro adquirió fama en toda la región porque no fallaba en las predicciones del clima.

El burro empezaba sus anuncios y en seguida yo escuchaba el grito de mi mamá: “Mijo, ayúdeme a entrar la ropa porque va a llover”.

-¿Y cómo lo supo, mamá?

- Por los peos del burro de Moisés Guerrero.

Miércoles, 17 de Abril de 2019
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