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En defensa de nuestro argot y nuestros modismos
La importancia de las palabras en las regiones de Colombia. 
Lunes, 17 de Agosto de 2020

Hace un par de semanas llegó a nuestros móviles -WhatsApp- un video donde un señor mexicano, en medio de carcajadas estentóreas, leía un libro donde se reseñaba la forma de hablar de los colombianos y nuestro vocabulario. Por ejemplo, en medio de una burla mal disimulada le decía a la señora que lo acompañaba, ayudado por un libro que no sé si fue escrito por él: ¿Cómo te parece, en Colombia al elote le dicen mazorca, al estacionamiento llaman parqueadero, al popote dicen palillos, a las banquetas les dicen andenes, a las gasolineras llaman bombas, al baño le dicen ducha, no se lavan los dientes sino que se cepillan la boca, estar enojado es estar con la piedra, a las palomitas le dicen crispetas, al refresco llaman gaseosa, no se paga sino que se cancela; a los niños les dicen sardinos, pelaos o chinos; a los cuates les dicen parceros, no dicen estar retrasado sino enamorado; estar mamado no es estar fuerte, sino cansado; a las florerías le dicen floristerías, a los cacahuates le dicen maní, a las sirvientas le dicen empleadas domésticas y no hacen el quehacer sino el oficio, a la carne de cebrada le dicen salpicón, a los estados -división política- les dicen departamentos y a los verdaderos departamentos le dicen apartamentos? En fin, sería prolijo enumerar todo lo que este señor “lingüista” enrostra.

 Lo primero que se me ocurre es preguntar, ¿qué le hace pensar a este señor bufón que su forma de hablar, su vocabulario vernáculo y la forma de ellos -los mexicanos- llamar a las cosas y determinadas situaciones es la correcta y el resto de países hispanohablantes deben hacerlo como ellos dictan?

 Lo cierto es que quien escribió el libro sólo estuvo en Bogotá -se infiere porque dice que así se habla en todo el país- e ignora que Colombia es un archipiélago de regiones, donde en un mismo departamento -o estado, como dicen ellos- las cosas pueden cambiar de nombre. En Norte de Santander, muchos objetos o situaciones tienen una denominación en la provincia de Ocaña y otra en el resto del Departamento. Dos pruebas al canto: en la provincia de Ocaña, como en la región Caribe y el Caribe continental, un pastel significa dos cosas: torta de cumpleaños o una hayaca -como dicen los venezolanos-, muy diferente a lo que significa acá en Cúcuta. Otra: el escritor cartagenero Germán Espinosa en su novela La tejedora de coronas usa la palabra “oscurana” como sinónimo de oscuridad, también muy común en la provincia de Ocaña y los Caribes citados, pero totalmente desconocida en el esto del Departamento. ¿Por qué la usa Espinosa? Porque le es común en su lenguaje diario y en el nuestro, allá en la Provincia: ¡Qué oscurana! Si a un barranquillero le dices que te preste una “porra”, no te entiende, tienes que pedirle prestada la “mona”.

Otro aspecto es que este señor no conoce su propio país, al que trata de presentarnos como homogéneo en su dialecto y vocabulario. Imposible. Una cosa es el norte de México: Sonora, Durango, Chihuahua, etc., y otra cosa es Oaxaca, Chiapas, Querétaro o Tabasco. 

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