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Época de grados
El grado de bachiller junto con la primera comunión y el matrimonio (éste no tanto) son fechas que se recuerdan con gran emoción, toda la vida.
Miércoles, 20 de Noviembre de 2019

Por estos días se agita el corre-corre de las familias donde alguno de sus hijos se gradúa de bachiller. Se trata de jovencitos que ya llevan once, doce, trece o más años, gastando calzones o faldas en los pupitres de sus colegios. Por fin, los profesores, para quitárselos de encima, les dan el diploma y los despachan para sus casas, donde  los papás los    reciben con la esperanza de que la cosa mejore. A veces sí, y a veces no.

Pero para recibir el cartón hay que meterle alguna platica: derechos de grado, vestido completo, alquiler de toga y birrete, sin contar con la fiestolaina que hay que armar para participar la alegría de que un nuevo bachiller hay en la casa, y un nuevo diploma habrá en la sala.

Por lo menos, con el cartón de bachiller en la mano, las opciones se le abren al niño o a la niña: la universidad, el cuartel o la policía, algún trabajo o la vagancia. 

Hay que abrir el marranito, hay que acudir al gota a gota, hay que empeñar la argolla de la abuela y buscar en el fondo del baúl a ver cuánto quedó de la quincena pasada.

El grado de bachiller junto con la primera comunión y el matrimonio (éste no tanto) son fechas que se recuerdan con gran emoción, toda la vida. Por eso, los compañeros de promoción se reúnen para celebrar los 10, los 25, los 50 años o más, de haberse graduado. Cuchitos unos, calvos otros, barrigones los más, se dan cita para conmemorar tan fastuosa fecha y recordar las picardías, y las anécdotas que vivieron hace ya varias décadas. 

De manera que noviembre se convierte en un mes de doble celebración: para los que se gradúan ahora,  y para los que se graduaron hace medio siglo o un poquito más, pero quieren recordar esa fecha. En el primer caso, la fiesta es en grande: bailoteo, licores de toda clase, según esté acostumbrada la garganta y según el tipo de bolsillo. En el segundo caso, la fiesta es de otra clase: Se brinda con agua saborizada, de pronto alguna aguamiel con canela, las pastillas de cada tres horas y se comen comidas insípidas. sin sal, sin dulce y sin grasas. Pero garlan, que da miedo. Con voz tembleque, pero garlan.  Los muchachos bailan en su grado. Los viejitos recuerdan lo que fue su grado. Recuerdan lo poco que pueden recordar.

Precisamente en estos días me llama un amigo, radicado en Bogotá, originario de El Carmen de Nazareth y graduado  en Pamplona hace un jurgo de años, para invitarme a la celebración de los 50  años de haberse graduado de maestro en la Escuela Normal Superior de Pamplona.

La Normal de Pamplona fue famosa a nivel nacional cuando era su rector el padre Héctor    Uribe. Se le conocía como la Normal del Padre Uribe. No sé los egresados  de ahora, pero los de antes  tenían fama y se las daban: “Soy egresado de la Normal del padre Uribe”, decían con orgullo, sacaban pecho y levantaban la cabeza. A los demás estudiantes de los colegios de Pamplona, que eran muchos de mayoría venezolana, los miraban por encima del hombro. Tenían una vibrante banda de guerra, buen equipo de fútbol y buen quinteto de básketbol y se levantaban las mejores novias, las que se disputaban con los del Provincial.  

Una vez el río Pamplonita, que pasa cerca de la Normal, se desbordó, se metió a la Escuela, arrasó con pupitres, tableros, las camas de los internos, y libros y ropa fueron a dar a la corriente. Todo quedó destrozado. Como fue una tarde de domingo, no hubo víctimas humanas: unos andaban visitando a sus novias, otros jugando billar y algunos en el cine. 

Pero ese día sucedió un milagro. La imagen de la Virgen que estaba en el patio, no sufrió ni un rasguño. Salpicado su manto con un poco de barro, pero intactas la estatua y el Niño que llevaba en su regazo. Desde entonces, estudiar en la Normal de  Pamplona era como una bendición por aquel milagro.

Pues bien, en noviembre de 1969, allí se graduaron Testarudo, Lleritas, Conejo, Chamán, Perra loca, Maneto, el Gringo, Melo…,Caballo viejo, Palomo, el Loco Parada, Cuatro Lupas y mi amigo Darío, a quien llamaban El Chupa. Eran muchos, pero el espacio no da para todos. 

Ellos se reunirán en estos días en Pamplona. Rajarán de los profesores, hablarán de las novias de entonces, recordarán las maromas que hacían para volarse del internado y las copialinas que hacían en los exámenes. Será un reencuentro con los años mozos. Tal vez puedan recordar todo lo que quisieran recordar, porque los años no pasan en vano. 

gusgomar@hotmail.com

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