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¿Es útil el concepto de posverdad?
Está llamada a especializar el debate y situar la discusión en un ámbito que exige atención.
Viernes, 8 de Septiembre de 2017

“Ha surgido un nuevo concepto, interesante a la vez que preocupante: la posverdad”. Así anunció Darío Villanueva, director de la RAE, la entrada de este neologismo al Diccionario de la lengua española para 2017; “se referirá a toda información o aseveración que no se basa en hechos objetivos, sino que apela a las emociones, creencias o deseos del público”, agregó. El Diccionario de Oxford, por su parte, declaró la posverdad como palabra del año en 2016.

El término en inglés se había utilizado desde 1992 por Steve Tesich, y en 2004, se publicó el libro The Post-Truth Era: Dishonesty and Deception in Contemporary Life (La era de la posverdad: falta de honradez y decepción en la vida contemporánea). En 2008, tras la crisis financiera, el filósofo A.C. Grayling indica que gracias a este fenómeno no era difícil “exaltar” las emociones derivadas de la indignación por lo que primaba el postulado de: “mi opinión vale más que los hechos”. Y bueno, después vino el Brexit, la campaña de Trump y, en Colombia, el plebiscito por la paz…

Hoy, la posverdad como concepto y como fenómeno está presente en la escena mundial. Como concepto, ya ha sido criticado; Martín Caparrós, por ejemplo, ha afirmado que es “una palabra nueva para llamar lo más viejo del mundo: la mentira”. En esta misma línea, Yolanda Ruíz, periodista y columnista, ha argumentado que “por moderno que suene no es ‘posverdad’, es mentira”. Y así, entre muchas otras críticas, se viene sosteniendo por muchas personas y sectores que el concepto no es otra cosa que algo ya existente, y que el manejo de la información siempre ha estado supeditado a la manipulación. Y sí. Desde Maquiavelo hasta Goebbels supieron que la mentira y la verdad eran un arma de poder. Aquí, como concepto, nada revelador hay.

Ahora bien. Como fenómeno, la posverdad sí está llamada a especializar el debate y situar la discusión en un ámbito que exige atención: comprender que las emociones, más que nunca, están jugando un papel fundamental en la política y la democracia; dimensionar que la manipulación de los sentimientos está siendo utilizada para alimentar prejuicios que llevan a que el imaginario colectivo edifique decisiones basadas en creencias, y no en hechos reales; y atendiendo a las actuales coyunturas, interpretar que con las redes sociales el fenómeno crece sin ningún control.

Lo vimos de una forma cercana con el plebiscito por la paz. Juan Carlos Vélez, el gerente de la campaña del No, afirmó en entrevista con el diario La República: “Ellos van a apelar a la esperanza, ustedes tienen que apelar a la indignación. Dejen de explicar los berracos acuerdos. Ya no jodan más con esos acuerdos”. Esto explica lo que pudimos evidenciar en contexto de este proceso: memes que desinformaban el alcance de los acuerdos, prejuicios relacionados con el enfoque de género que confundían a una opinión pública desinformada, cadenas en WhatsApp que solo replicaron mentiras concebidas para generar emociones que indignaran una ciudadanía polarizada.  

Está claro que el concepto de posverdad puede verse como una extensión de las ya conocidas mentiras y manipulaciones políticas. Sin embargo, como fenómeno, resulta útil identificar una categoría de análisis que permita dilucidar, con pruebas y hechos concretos, que más que nunca las emociones están siendo utilizadas como plataforma política. El miedo, la indignación, los prejuicios, seguirán siendo objeto de estas estrategias, por lo que la capacidad crítica debe estar despierta para no permitir que sin debates serios se siga haciendo política, y se siga vulnerando la democracia.

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