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Esencia de refugio

Sabe que el tiempo va a estar a la orden de un destino que lo espera ansioso.

Diciembre va de casa en casa, tocando las puertas, repasando la historia en presente y en pasado, y los trinos de los pájaros que irán a contar al viento las palabras que esperan un verso donde posarse, o un eco lejano de música y luz para añorar instantes sublimes.

Se desgrana en semillas para comenzar a esparcirse el resto de los meses, en los recreos de los duendes que nos hacen danzar el azar de la vida --ora melancólico, ora bullicioso- con el alboroto que suena en sus cantos desde el fondo del alma. 

Sucumbe uno, quiera o no, ante la bisagra de tiempo que gira en goznes de ilusiones y recuerdos porque, eso sí, es un mes con esencia de refugio, que viene con ganas de arroparse del fresco, con un manto de sueños. 

Los días caen, uno a uno, a sus pies, se reflejan en esa huella transferible que se pega en los labios para contarse uno mismo la memoria. Sabe que el tiempo va a estar a la orden de un destino que lo espera ansioso, cuerdas en mano, para iniciar, otro año, el juego de títeres. 

Y es un tiempo de colina, transitorio, para llorar, reír, o bendecir, ensayar un suspiro breve, o largo, y asomarse a ver qué se vislumbra: es agradecer cada momento, así hayan sido, algunos, parte de la brasa que lacera el sentimiento, cuando se hacen contraparte de la armonía.

Pero diciembre es mejor íntimo, sin apatusquerías, con un regocijo desde lejos, para gozar el recogimiento más humano que se observa en la gente, aunque tenga contenido de burbuja, en mensajes, tradiciones, mentiras piadosas, en sensaciones, apariencias y sentimientos encontrados.

Domingo, 25 de Noviembre de 2018
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