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Fortuna de altura
La movilización social y las exigencias ciudadanas deben continuar para trabajar en la solución de problemáticas ciudadanas.
Domingo, 22 de Diciembre de 2019

En momentos previos a la puja por el salario mínimo, los debates públicos se centran en la capacidad adquisitiva de los colombianos y las obligaciones económicas de los empresarios con los trabajadores. La fragilidad política del Gobierno en relación con el margen de maniobra en un entorno de descontento y el respaldo ciudadano a las movilizaciones, hace que sea aún más difícil surtir el proceso de concertación laboral. 

La paradoja del aumento del salario mínimo ya la entiende la opinión pública. Las sociedades formadas y los líderes sindicales y comunitarios exigen otro tipo de incentivos, además de un aumento porcentual en el salario mínimo, para vivir en mejores condiciones en las ciudades. 

La percepción que tienen algunos sectores políticos de que los empleados persiguen un aumento del salario mínimo irracional o exacerbado es completamente errada y conservadora. El movimiento social actual exige calidad y acceso a la educación; atención en salud oportuna; mecanismos de transporte dignos y eficaces, instituciones capaces y transparentes; se exige una oferta educativa orientada no sólo a alimentar CI (coeficientes intelectuales), sino a brindar las herramientas que permitan modificar la conducta de los adolescentes en torno a sus sueños de vida y que abandonen y rechacen tajantemente la narcocultura, como algunos ejemplos. 

La superación de la vulnerabilidad e informalidad que viven cientos de miles de trabajadores en Colombia, no se va a resolver con un aumento en el salario mínimo. Se requiere pensar el comercio, el emprendimiento y la industrialización desde otras aristas que permitan generar valor agregado y entrar a competir por lo especial del producto, y no por el costo. 

Actualmente, la mente creadora de las bodegas Moët y Chandon, uno de los precursores de la extravagancia en el consumo, está a punto de convertirse en el hombre más acaudalado del planeta. Luego de quitarle el segundo lugar en la lista a Bill Gates, el francés Bernard Arnault acumula una fortuna de $107.300 millones de dólares. Arnault ha demostrado que no sólo produce moda, al ser dueño de marcas como Christian Dior, Kenzo, TAG Heuer y Loewe, sino que hace parte de la procreación de arte y cultura de altura, con bienes de consumo de alto valor y recordación en las élites mundiales, con la producción de Hennessy y Dom Perignon. 

Esta fortuna europea, que próximamente podría superar la de Jeff Bezos (fundador y director ejecutivo de Amazon), aumentó en un 51,3% en 2019. Aunque ambos empresarios, Bezos y Arnault, ofrecen experiencias diferentes a los consumidores -por un lado, el francés brinda exclusividad, y por el otro, el estadounidense practica la filosofía del servicio-, los dos tipos de compañías son ejemplo de gran recordación e impacto en la economía. 

Quizás sea el momento de poner sobre la mesa el tipo de bienes que producimos como economía, y no sólo el precio de estos. Si los empresarios se dedican a competir por precio, pierden ante gigantes maquiladores, pero si empezamos a producir bienes de mayor valor, el espectro en un futuro próximo podría ser diferente. 

Exigir que los empresarios resuelvan los desbalances que resultan de problemas estructurales como la crisis en materia de seguridad social o la falta de acceso garantista a la educación y los servicios públicos, es materialmente imposible. Sin embargo, incentivar la creación de empresas y modelos de negocio que tengan mayor margen de maniobra en cuanto a la tasa de retorno de inversión -fortunas de altura- podría ser un aliciente en el corto plazo. 

La movilización social y las exigencias ciudadanas deben continuar para trabajar en la solución de problemáticas ciudadanas, de la mano de la formación de empresas con mayor capacidad de pago de salarios, producto de mejores modelos de negocio y no de la elaboración de productos de menor valor.  

 

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