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hágase un favor: no haga pendejadas
Parece cotidiano y por demás, una recomendación obvia, gastada y ligera. 
Jueves, 25 de Enero de 2018

Hace poco tiempo, al son de unas copas, ya en la etapa de la exaltación de la amistad por el reencuentro con un viejo amigo, pasándome su pesado brazo por mis hombros y mirando a las estrellas perdidamente, como buscando a su padre, me contó que el mejor consejo que le dio su papá en vida fue decirle: “Mijo, no haga pendejadas”. 

Parece cotidiano y por demás, una recomendación obvia, gastada y ligera. 

Pero en realidad esas palabras tienen un fondo profundo. Tan profundo como el silencioso mar que nos acompañaba mientras la luna vigilaba el ambiente de fiesta y de celebración que nos reunía, quizás recordando un par de decenas de años atrás cuando en el inconsciente del adolescente, muy seguramente atendiendo precipitadas invitaciones de la dinámica juventud, mezclábamos el licor con el volante, juntábamos la luna con el sol, retábamos el peligro de la noche, y hasta nos fundíamos en el océano con ropa, como midiendo la fuerza de la marea al compás del acordeón y gastada voz de un cantor vallenato que competía con las risas y los gritos en altos decibeles de amigos que descalzos levantaban polvaredas de una arena también alegre. 

Pendejadas....

Meterse a un mar a media noche con trago en el cerebro es una pendejada. 

Conducir un carro con los reflejos en el piso y los ojos en la nuca, es una pendejada. 

Pelear y discutir en la calle con desconocidos es una pendejada. 

Enviar un mensaje coqueto por WhatsApp a quien no es tu espos@ es una pendejada… Y contestarlo también.

Y tantos actos inconscientes e innecesarios que no solo nos ponen en ridículo, sino que nos alejan de la conducta coherente, son pendejadas.

¡¡¡Uy, pero ahora sí habló el santo pues!!! Estarás diciendo en silencio.

No. No soy santo y en realidad me parece harto jugar a serlo. 

Soy humanamente feliz desde mi imperfección y aún disfruto la vida haciendo el ridículo. Aún hago payasadas en público para hacer sonrojar a mi esposa y todavía pretendo hacer reír a mis hijos con tonterías y chistes inventados de la nada.

Soy consciente de que mis pendejadas no me hacen daño, porque tampoco hieren a los que quiero.

Lo que comparto contigo es una enseñanza tan simple como esta; Cuando uno decide vivir bajo la luz y no en la oscuridad y la sombra del ego, inmediatamente se acerca a valores de vida como el amor, el perdón, la gratitud, la lealtad, la honestidad, la verdad y sobre todo la conciencia. 

Y hoy quiero hablar de la conciencia, más que de la estupidez de continuar obedeciendo a los patrones de conducta propuestos por un mundo gobernado por la vanidad; donde te ufanas de tener una relación oculta que te hace sentir hábil en el engaño; y el ego te aplaude mientras la conciencia te atormenta.

Un mundo donde comienzas a deleitarte con videos pornográficos provenientes de un grupo digital de similares a ti, y a admirar más a mujeres desnudas en la red, que a la belleza natural de tu esposa con la piel blanca y reteniendo liquido en sus tobillos. Porque, si la amas de verdad y la honras verdaderamente, para ti será siempre la más hermosa, y reconocerás en ella a la madre de tus hijos y a tu esposa que te despide con amor y bendiciones cuando sales por la puerta a vivir tus aventuras.

Un mundo donde es tan fácil seducir desde la sombra de un teclado digital y negociar los principios y valores de la verdad, la lealtad y la fidelidad.

No hablo pendejadas; hablo verdades de hombres y mujeres, espos@s, parejas y padres de familia que eligen el sufrimiento que causa el pendejo juego de la infidelidad.

La conciencia es el “yo interior”. Es como ese Pepe Grillo que nos habla constantemente, pero que nos molesta porque nos dice lo que no queremos escuchar.  Es nuestro compañero imaginario que actúa correctamente.

Es el “yo” bueno, que busca la trascendencia de cada uno de nosotros como ser humano buscando nuestra perfección en el estado terrenal. 

La conciencia divina es la única pura en este estado, pero en nuestra forma y con nuestra condición de hombres y mujeres de mundo, se puede buscar una limpieza de pensamientos, deseos, obras y acciones haciendo uso de la conciencia.

Ser consiente de nuestros actos, es estar alineados en mente, cuerpo y espíritu para vivir en frecuencia despierta, alerta a las acechanzas del mal con las trampas tendidas por la vanidad y el ego. 

En estado de conciencia hay serenidad en nuestras decisiones y con ello nos acercamos al mínimo margen de error. Al final no seremos perfectos, pero seguro nos equivocaremos menos.

La conciencia identifica los excesos y marca los límites en la convivencia social. Siendo conscientes nos alejamos de elementos opuestos a la conciencia como el alcohol, las drogas, la infidelidad, la trampa, el engaño… el exceso.

Se consigue elevar el estado de conciencia permitiéndole al “yo” interior recibir la luz por medio de la meditación y la reflexión. También vale, y vale mucho; así te suene a pendejadas trascendentales que no valen la pena.

Piénsalo; no hagas pendejadas, y menos a esta edad. 

No deshonres tu hogar, no te hagas daño, no pierdas tiempo valioso que nunca recuperarás, no te excedas. Vive en equilibrio, balancea tu vida, valora lo que tienes, triunfa con honestidad, brilla desde tu propia luz y descansa tranquilo en la almohada de la conciencia.

Hakuna Matata

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