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Indemnización
Uno cree que los instantes comunes y corrientes son lo único valioso y no es así.
Lunes, 16 de Octubre de 2017

Desde una torre de marfil los sueños, en atalaya permanente, vigilan la otra de mitad de cada uno de nosotros. Recorren, con sigilo, las secuelas de aquello que ha quedado inscrito en moldes de nostalgia, verifican el lugar de las cosas y valoran los afectos que aún reposan en los vericuetos del alma.

Con una especie de mirada celeste pasean por los crepúsculos y los amaneceres y se dan cuenta de que la mayoría de las ilusiones no fueron posibles; pero, dejan una opción de indemnizarlas: la de que, al menos, se hayan intentado.

Los sueños son los únicos que perciben los rayos de luz que se cuelan entre las estrellas y se meten por las sendas solitarias del corazón, aún puras, por las enredaderas que conducen a los pasadizos de la melancolía, la buena, para disipar la niebla y sentir la esperanza que tiene el tiempo cuando es generoso. 

Uno cree que los instantes comunes y corrientes que observa en el exterior son lo único valioso y no es así, porque cuando deja lucir su ingenuidad y alienta todo su ser a pensar, descubre tesoros emotivos sublimes.

Es que, en el fondo, nada ha cambiado, sólo las apariencias. En un momento de nobleza uno obtiene la felicidad en su pensamiento, cuando aprecia las bondades sencillas de la vida, se protege de la miseria humana y toca el portón de su vieja casa de la intimidad.

Entonces está apto para sentir en su interior el cielo azul y la sombra gris que lo protege: todo a la vez, en consonancia, como en una leyenda de esas que fluían de las miradas legendarias de los abuelos, o reconociendo la hora fugaz en que el silencio emprende su labor de retornar los recuerdos a sus rediles, uno a uno, mansos, para tejer la carpeta feliz y construir el mundo a partir de una ilusión mejor, con el infinito de fondo, para soñar otra vez. 

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