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Jugar al silencio

Así, me fascinan las cosas y las personas que pasan desapercibidas, porque llevan una ventaja luminosa que las promueve.

En cada silencio siembro una hoja verde detrás de la mirada, o cuelgo una gota de riego en las matas, para adivinar el sendero de mis pensamientos, para ir a buscar aquella conciliación infinita que propone la vida, después de admirarla por despuntar con tanto sigilo al amanecer.  

Así, me fascinan las cosas y las personas que pasan desapercibidas, porque llevan una ventaja luminosa que las promueve, inmediatamente, a la nueva aventura de mirarlas, como a escondidas, en la transparencia de su pureza.

Porque en ellas hay un silencio de honor guardado, algo así como un secreto que es necesario descubrir: a pesar de su presencia material, las cosas y las personas que nos rodean deben alcanzar esa dignidad, porque cuando se piensa en ellas como silencio, son más valiosas. Cuando dejan de hacer ruido penetran hermosas en los sentidos, se meten en el alma, pierden su esencia efímera y se ganan el derecho de poseernos.

Es la dignidad del silencio, por supuesto, de la mano con la soledad, con la nostalgia, con esa gitana costumbre de rondar los sueños, con la enseñanza de la aurora o los juegos de la luna, con el aire conmovido por un pájaro veloz que cruza la avidez de encontrar una tristeza, también escondida: (contrario a lo que aparenta, la tristeza -bien entendida- es la mayor fuente de felicidad).

De ahí mi vocación por el silencio: lo que no sabe la gente es que cuando uno más la ama menos la perturba y que, cuando más se la evoca, menos lejana se hace. Es un plácido descanso espiritual jugar al silencio, en todo, incluso en lo que más suena, porque en el fondo de sus notas está escondida esa melancolía de saber que, pronto, habrá alguien que la encuentre y que no necesita bullicio para hacerse notar. 

Domingo, 20 de Agosto de 2017
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