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La frustración de Venezuela
El mandato de Maduro acusa prácticas autoritarias contrarias a la democracia.
Sábado, 12 de Enero de 2019

El jueves 10 de enero (2019) se inició el segundo período de Nicolás Maduro en la Presidencia de Venezuela. La elección que le renovó el mandato fue denunciada por la oposición como un acto fraudulento y por consiguiente carente de legitimidad. Para un amplio sector de la comunidad internacional también ese proceso político fue irregular, recargado de presiones antidemocráticas. Y lo cierto es que el vecino país, cuna de Simón Bolívar, que está consagrado en la historia con el título universal de Libertador de cinco naciones de América Latina, se debate en una crisis mayúscula, hasta el punto de que tres millones de sus habitantes tomaron el camino de la migración hacia territorios extranjeros, una diáspora de proporciones visiblemente dramática.

No obstante ser de elección popular el mandato de Maduro acusa prácticas autoritarias contrarias a la democracia.

El desconocimiento de las libertades es un lunar acusador de despotismo, destinado a restarle garantías de seguridad a la oposición en sus acciones políticas. También el régimen ejerce el control de todos los hilos del poder y asfixia a los medios de comunicación con la aplicación de la censura y otras formas de represión.

La realidad es una Venezuela sumida en el laberinto, sin posibilidades inmediatas de una salida pacífica mediante el desmonte de los factores que estimulan las recurrentes desviaciones del Gobierno, bajo la identidad de un socialismo que se aferró al asistencialismo demagógico, lo cual no satisface las necesidades básicas de la población y lleva a la estrepitosa frustración predominante.

La acumulación de problemas tan sentidos en Venezuela es la suma de malos gobiernos aun después de cerrado el ciclo de dictadores militares. Una nación con tan cuantiosos ingresos por su abundante producción de petróleo cayó en el delirio del despilfarro. Esa bonanza no se aprovechó para generar bienestar colectivo y consolidar una sociedad  libre de desigualdades y de la rutinaria pobreza. 

La incertidumbre ronda ahora a Venezuela, con la amenaza de que al descalabro interno se sumen acciones de fuerza, que equivaldrían a un golpe de Estado de impredecibles consecuencias. Y esta no es la solución. Imponerle a esa nación una confrontación interna animada por un intervencionismo de cipayos de nuevo cuño es una equivocación de muy graves repercusiones. Las pretensiones del secretario general de la OEA, Luis Almagro y de algunos gobernantes latinoamericanos en ese sentido, sonsacados por Donald Trump, provocarían un grave siniestro político. Y eso sería “peor el remedio que la enfermedad”.

Venezuela está llamada a corregir el mal Gobierno mediante la decisión de sus propios ciudadanos, en un proceso político basado en las dinámicas de la democracia y no en el uso de la fuerza, menos con intervencionismo de mercenarios criminales. Animar una confrontación de ese alcance es un riesgo que puede ser perverso.

Puntada

“Cuando un amigo se va, queda un espacio vacío”, como lo expresa en su canción Alberto Cortez. Es el caso de Luis Miguel Brahim Martínez. Su muerte es el final de un ser que fue útil, por su capacidad creadora y su bondad. Su legado es de belleza perdurable, en que plasmó sus vivencias y el talento que lo distinguió siempre.
ciceronflorezm@gmail.com
cflorez@laopinion.com.co

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