Hace un año comenzó a renacer la Academia de Historia de Norte de Santander. Así lo anunció en una simpatiquísima crónica  el jurista y amigo Orlando Clavijo Torrado, en la cual nos narró la importancia de elegir nueva junta directiva para el periodo 2019-2021 cargado con la significación histórica de la celebración de los 200 años de la Carta Constitucional de 1821 y revivir los fragores de la batalla del puente de Boyacá. 

Sí, hace un año, sus integrantes dejaron atrás la tradicional y elegante formación de un consenso previo, que se ratificaba con el voto porque se contagió de las malas prácticas de la política, que el común llama de otra forma.

Ha pasado 86 años desde que la Ordenanza 42 de 1934 creó el Centro de Historia de Norte de Santander- que en 1973- integrábamos 40 miembros de número y otros tantos correspondientes.

La Ley 43 de 1973 (La Ley Cúcuta) le cambió el nombre  en el Artículo 9o y le asignó recursos.   Una Ley que en el papel; “nos dio a los cucuteños el oro y el moro” como Juan II de Castilla.  Y al Centro, lo volvió Academia de Historia  y además, le agregó: “Inclúyase en el presupuesto nacional a partir de la vigencia de 1974 las partidas necesarias para atender su funcionamiento y sostenimiento”.

Ningún Congresista, ni Presidente de la Academia ha hecho esa gestión presupuestal desde hace  46 años y las ayudas departamentales no son las de la ordenanza que la creó. Tampoco hacen la gestión para trasladarla a un sitio decente y superar el sitio decadente  que el cronista describe con todas sus miserias deprimentes.

Pero bueno, regresemos a la simpatiquísima crónica del renacimiento de la academia. Ese día, la reunión no fue elegante como las de antes, fue atípica dice el cronista. Fue una batalla campal, con programas de gobierno como en las campañas politiqueras y hasta mamadera de gallo, los candidatos sacaron el tubo de sus diplomas y pergaminos, los merecimientos, los extrajeron y los mostraron. Era tan pareja la lucha que parecía reto de lucha libre mascara contra máscara.  Portafolios contra portafolios y la lucha se volvió municipal, la radio y la prensa opinaban y compraron el pleito. Nunca había ocurrido reyerta igual, por algo tan trivial, dijo el cronista. 

Para colmo de la misma, el cronista presentó un proyecto purificador, que reformaba los estatutos en plena sesión, encaminada a establecer filtros para la admisión de nuevos miembros de la Academia y acabar con el amiguismo y con la feria de las condecoraciones que se reparten a granel como si fuera el Concejo Municipal de la ciudad. 

Pues la academia debe dejar de ser un club de condecoraciones y exaltaciones a personas sin méritos culturales. Proyecto al parecer rechazado.  

Pero bueno, se eligió presidente a un Joven con Doctorado en Historia de la Universidad de Granada –España- , que con tamaño Título, dejó tendido al contendor. 

El renacer de la Academia es con sangre renovada dice el cronista. Me parece laudable, pues desde la muerte del nunca bien valorado Historiador, el Doctor Rafael Eduardo Ángel Mogollón,  abogado rosarista, Archivista histórico de la Escuela de Documentalistas del Ministerio de la Cultura de España y miembro de la Academia Colombiana de historia; no habíamos enriquecido la nómina con Historiadores de formación académica. 

Pero estamos de acuerdo en la reforma de estatutos. Resulta desairado tener una academia con casi ciento cincuenta miembros correspondientes, de quienes no conocemos sus aficiones a la historia, tantos que no cabrían en el pequeño recinto, solo que son buenos amigos.

Bienvenido el renacer.

Adenda: Que bueno conseguir con la CGR  y en comodato la bella casona de la avenida segunda con calles 14 y 15 como sede de la Academia de Historia. Está adecuada como para nosotros. Y hacer la gestión presupuestal de la Ley Cúcuta, de la Ordenanza que la creó y del Acuerdo Municipal. La Academia Antioqueña de Historia, por su Ordenanza recibe anualmente $256.000.000.