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Columnistas
La lección del terremoto
El esfuerzo local fue motor decisivo y estuvo a la vanguardia en todo momento.
Sábado, 18 de Mayo de 2019

La mayor tragedia material de la historia de Cúcuta ha sido su destrucción causada por el terremoto del 18 de mayo de 1875. Hace, pues, 144 años la ciudad quedó devastada en toda su extensión. Fue un golpe de muerte y pulverización.  Un sismo inesperado, mientras la población del entonces entorno avanzaba sin presagios de adversidad en sus actividades cotidianas. 

Los historiadores y otros estudiosos de semejante aniquilamiento ya han descrito su magnitud e interpretado sus efectos y las acciones que siguieron para la reconstrucción. De todo ello quedan enseñanzas que deben tomarse en cuenta en esta etapa de tantos desajustes y desvíos estimulados por la irresponsabilidad y la codicia, unidas a la recurrente proclividad de abuso del poder público.

Se debe destacar como positiva la reacción de entereza de los sobrevivientes del desastre. No cayeron en la sumisión a esa inclemencia de la naturaleza, ni se desvanecieron en el pesimismo. Asumieron sus responsabilidades bajo la luz de una voluntad de superación y como una empresa colectiva sin cálculo de utilidad particular.  Predominó una visión sin mezquindad y puesta en la perspectiva del bien común, como debía corresponder frente a una situación en que está de por medio la vida con todo cuanto se requiere para hacerla sostenible y creadora.

La reconstrucción de Cúcuta fue asumida con lucidez y esto hizo que se procediera con precisiones y acierto. No hubo chambonadas deleznables, ni lo aparente sustituyó a lo sustantivo. Se trazaron las metas correspondientes y se avanzó en el tejido de la nueva urbe libre de ligerezas y tomando en cuenta la realidad. Era como una planeación de sentido común, poniendo por encima de caprichos individuales la conveniencia de todos. Así se sustentó el proceso que debía tener resultados de consolidación de lo que estaba en marcha. 

Los resultados de la reconstrucción de Cúcuta en el siglo XIX fueron un buen ejemplo en el manejo de lo público. No hubo aprovechamientos reprochables y se generaron acciones de emprendimiento que le dieron a la ciudad una dimensión de progreso, una corriente de fecunda proyección, lo cual se tradujo en una economía de mayores beneficios para los trabajadores y la comunidad el general.

De las ruinas y las cenizas dejadas por el terremoto; de la desolación y del dolor por las víctimas de la hecatombe se dio el salto a la reparación con el esfuerzo de quienes siguieron vivos o de los que llegaron para unirse a las tareas de resurgimiento. El esfuerzo local fue motor decisivo y estuvo a la vanguardia en todo momento, con la directriz de líderes del talente de Francisco de Paula Andrade, a quien se debió el nuevo trazado urbanístico, merecedor de alta calificación.

A ese estremecedor terremoto de hace 144 años han seguido réplicas de origen político, económico, o social, también de alto impacto, cuyas secuelas son nocivas. Se impone que la ejemplar lección de la reconstrucción sea tenida en cuenta para salir de la tormenta que asfixia a la Cúcuta de hoy.

Puntada

¿Dónde queda el llamado patriotismo de quienes se empeñan en seguir jugando a la guerra al desconocer el acuerdo de paz con las Farc y cumplir el papel de dóciles mandaderos del Gobierno de Estados Unidos presidido por Donald Trump?

ciceronflorezm@gmail.com

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