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A la pata de las reinas

No es fácil, en ocasiones, tener que ayudar a las misses a bajar del bus mientras se les toma una foto.

Esta vez fui yo el que no quiso ir. Me negué rotundamente. Es hora de que vaya tomando mis propias determinaciones. Que se vaya para Haway, me dice el director del periódico, y yo corra para Haway. En el avión caigo en cuenta que no me dijo a qué carajos me enviaba a Haway. Que vaya a Rusia a cubrir el Mundial de fútbol. Y yo corro para Rusia, pero no me dio para las boletas de entrada, de modo que me tocó patearme los partidos por fuera de los estadios, en cualquier televisor en  cualquier esquina. Que se vaya para Cartagena, a ver qué les descubre a las reinas, y yo a la pata de ellas y no logro descubrirles nada. 

De modo que esta vez me ranché en mi negativa: No voy a Cartagena, no, no y no. Me dio algo así como una pataleta. Como las que le dan a Petro, de cuando en cuando. La única que me aplaudió fue mi mujer: “Muy bien, no se deje mangonear”, me dijo. “Mire quién me aconseja”, pensé yo, como si ella no me mangoneara.

De nada valieron las súplicas ni las amenazas ni las intervenciones de terceros, ni siquiera la de la bella candidata playera  Laura Juliana (“Acompañáme, Gus, con tu compañía yo gano aunque no gane”), ni las promesas de Raymundo (Yo logro que te aumenten los viáticos y que te ubiquen cerca de las beldades”).

Yo tengo una virtud, y es que cuando digo no, es no. Y eso vale para todo y para todas, sean reinas o vasallas. Aunque viéndolo bien, no sé si será virtud o defecto, pero trato de cumplir lo que digo. Sin embargo, debo reconocer que a veces sucumbo ante los ruegos. Se me afloja la fortaleza masculina y me enternezco ante una lágrima o una gota de rocío. O ante una picadita de ojo. ¡A veces!

La verdad es que eso de andar a la pata de las reinas es un oficio mamón (perdón por lo de oficio), viendo a ver cuál se resbala o quién mete la pata al contestar alguna entrevista; fisgonear cuál las tiene escurridas (las pinturas del maquillaje, digo, que con el sudor se escurren), o la que está pasaditas de kilos, o a quiénes hay que taparles las celulitis con polvos.

No es fácil, en ocasiones, tener que ayudar a las misses a bajar del bus mientras se les toma una foto, o abrocharles el brassier que se les soltó de tanto ajetreo, o subirles una liga que va pierna abajo.

Dije “no voy”, y mi mujer, feliz, y yo, no tanto, pero no fui. Definitivamente no tengo vocación para chaperona. Los años no pasan en vano, y el palo no está para cucharas. O como dice un amigo escritor: “ A uno, ya, ni gallina que le den”.

Antes, en mis años de mozo, es decir, de joven, me peleaba con quien fuera para que me mandaran a La Heroica, a cubrir el reinado. Me daban tres días y me tomaba ocho. Me mandaban a una pensión lejana, junto con periodistas y fotógrafos de todo el país, y yo me daba mis mañas y resultaba en el Hilton, al lado de las bellezas.

Lo que hubiera  que hacer lo hacía Lo importante era ir, así me sacaran el jugo y así las reinas se aprovecharan de mí, y así volviera a casa, todo ojeroso, desnutrido y cariacontecido.

Hoy, como digo, las ganas se me fueron p´al carajo y el deseo se me vino abajo. Las ganas de pasear y el deseo de estar a la orilla del mar. “Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”, dice el amigo Neruda.

Además, yo tenía mis dudas sobre la corona para mi candidata Laura, a pesar de su ternura de mujer playera, de su picante de cebollita ocañera, de sus ojos de cielo, de sus labios de barbatusco florecido y de la admiración que despierta, igual que los Estoraques, sino por falta de rosca. Dicen que en Cartagena, como en todas partes, se gana con palanca e influencias. Entonces, ¿para qué ir?

De modo que no fui, y no volveré. Quedan advertidas, pues, las directivas del periódico. En adelante, pierden el tiempo rogándome que me vaya a la pata de las reinas,  a cubrirlas o a descubrirlas.  Conmigo no cuenten. ¡Última palabra!
   

Lunes, 12 de Noviembre de 2018
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