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La reconquista

Si no crecemos a partir de las ideas, ni damos las puntadas necesarias para tejer grandes sueños, no vamos a ser más que un discreto efecto de la pobre mortalidad.

La pureza de las ideas se ha ido diluyendo en el teatro del mundo, sus repercusiones son pasivas y no sobresalen como un patrimonio de la actividad intelectual. Sólo son formas confusas que traslucen intereses individuales, que se filtran dentro de unos contenidos meramente humanos.

Lástima, porque perdieron su esencia de ser la vía de expansión de los fundamentos espirituales, para caer en un rigor temporal que les niega su vieja vitalidad de ser testimonio de esa dimensión trascendente que nos hace selectos ante el destino: el pensamiento.

Si no crecemos a partir de las ideas, ni damos las puntadas necesarias para tejer grandes sueños, no vamos a ser más que un discreto efecto de la pobre mortalidad, sin siquiera arañar el infinito, ni optar por decisiones morales, sino unas marionetas condensadas de esas odiosas y falsas simpatías comunes con las que nos envuelve la sociedad.

Lo contrario, si crecemos hacia el centro y vamos dando simetría a la racionalidad, en torno a las coordenadas del alma, la dignidad se verá plena de una alternativa natural de felicidad que se plantea cuando vamos más allá de las circunstancias materiales.

La vida exige una concentración de valores para proteger la identidad, modelos audaces, que nos erigen protagonistas de una pasión bendita en sueños, sublimes y reverentes en el universo, con el imperativo de corresponder al misterio de la creación. 
(Corolario: tengo la sensación de haber sido demasiado ingenuo con la banalidad y de que he debido inventar, antes, mi propia realidad).

Domingo, 3 de Junio de 2018
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