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Las crónicas de la ocañeridad

Estamos en mora de reconocer el valioso aporte que le hace a nuestra idiosincrasia y cultura.

Ningún escritor o  periodista se  ha  dedicado tanto  a promocionar las  costumbres  y  tradiciones de  nuestra  ciudad o región como lo  hace el educador y  cantautor sancalixtense Flaminio Molina  Vergel  a  través  de sus  pegajosas  canciones.

Si  alguien  quisiese  conocer  la  idiosincrasia y hábitos de  los  ocañeros,  no  tendría  necesidad  de hablar  con  alguno  de  ellos,  o de acercarse a  la  patria  chica  de Adolfo  Milanés,  con  solo  escuchar  el  bambuco “La  cajita de  cartón” y  el merengue  campesino “La  arepa ocañera”, tendría los elementos  suficientes  para imaginarse cómo somos  los  paisanos  de José  Eusebio Caro.

Ningún relacionista o promotor  turístico  hubiera logrado proyectar  la  imagen  buena  de la  segunda  ciudad  de  Norte  de  Santander como  lo ha conseguido  el  maestro Flaminio con sus canciones  fiesteras, que incitan a  levantar  el  codo y  a tomar  la  pareja  para acompañar la animada  melodía y  tirar  unos pasos,  como  se expresa en  el  argot  popular.

Si quienes residimos en la  tierra que  nos correspondió como cuna nos animamos  cuando escuchamos  las  crónicas musicalizadas  con tiples, requintos y  guitarras,  para  acompañar la  narración  y  descripción  de la  costumbre  autóctona  de enviar ´encomiendas´ a los  familiares  y  amigos que trabajan  o  estudian en  otras regiones  del  país, nos  imaginamos las  evocaciones un  tanto  dolorosas de los que  quisieran volver  a  sus casas solariegas.

En  las  cajitas  de  cartón se  empacan  los alimentos típicos de  la  antigua  provincia,  como pescado seco (bagre o  bocachico), pasteles de  arroz con carne de  cerdo (tamales), bollos  de  maíz, barbatuscas ( flores marchitas  y  guisadas) y las  apetecidas cocotas (ciruelas de  origen  costarricense), y  algunos dulces propios de esta  zona  de  Colombia ´arifuque´(maíz  tostado  y  molido,  con  azúcar).

Es muy  común observar a las  personas acudir a las  oficinas de empresas  transportadoras intermunicipales  con las  cajas  de  cartón  que  contienen los  productos  mencionados para enviarlas a  sus  parientes y  allegados.

Algo  similar  ocurre con uno de  los  elementos  infaltables en la gastronomía  local   y  comarcal,   la arepa ocañera, o  sin  sal, elaborada  con maíz cocinado y  molido,  asadas con  leña y en tiestos de  barro, los  que se  encuentran en  vía  de  extinción y  reemplazados  por  los  metálicos, los  originales todavía  los elaboran en el  municipio  de Gonzales, sur  de  Cesar.

La irremplazable arepa  la  consumimos  tanto  para  el  desayuno como para  la  comida (cena),  y  acompañada  de  queso, bocachico seco, también  asado  o  frito, carne de  res  o de  cerdo,  o  con huevos perico,  y con otros   alimentos.

De manera jocosa, lo  que  para  nosotros  es  un  verdadero  manjar,  para  los  pobres universitarios costeños se  ha  convertido  en  una  tortura,  pues  en  las  casas  donde  se  alojan, insisten el  servirles las  fastidiosas(para  ellos)  arepas  sin  sal.

Quizás es  más  fácil escribir sobre dos  elementos  propios de nuestra  cultura  que componer sendas  canciones  sobre ellos, pero para  inspirarse  en  las  letras  y sus contagiosas  melodías  y  ritmos,  se  requiere de  un  don  especial,  de  cierta  maestría, que para el  profesor Flaminio Molina  Vergel  debe  ser  fácil.

Quienes nacimos en estos lares y residimos en ellos, y los que se han disgregado por otras ciudades de  Colombia y el mundo, si, los ocañeros, estamos  en  mora  de reconocer  el valioso  aporte que  le  hace a nuestra  idiosincrasia  y cultura.

Maestro Flaminio, gracias por sus  hermosas y  pegajosas crónicas musicales! Gracias  por difundir y  preservar  nuestra  ocañeridad! 
   

Martes, 2 de Abril de 2019
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