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Las flores del mal
La proclividad al ilícito ha acompañado a gran parte de los dirigentes del país. La honradez parece ser la excepción. 
Sábado, 30 de Septiembre de 2017

La historia de Colombia es un tejido de males recurrentes desde la etapa de la conquista, cuando los españoles emplearon la fuerza en forma brutal para marcar territorio e imponer su dominación, hasta nuestros días, con toda esa carga  de trampas, atrocidades y abyecciones, que tienen expresión en la conducta de quienes fungen de dueños del poder en diferentes instancias.

La proclividad al ilícito ha acompañado a gran parte de los dirigentes del país. La honradez parece ser la excepción. Desde los comienzos de la República se  cometieron abusos de poder para el favorecimiento del minoritario círculo gobernante. De allí resulta ese feudalismo excluyente que tanta pobreza y violencia le ha deparado a la nación.

La misma política en Colombia no ha sido un motor de impulso a la democracia sino un negocio que impone privilegios con violencia, discriminación clasista, dogmatismo oscurantista y fraude electoral para apoderarse del control de lo público, sobre todo de lo que proporciona mayor rentabilidad, mientras el pueblo padece las necesidades insatisfechas. Y cuando se busca un cambio de rumbo los sicarios del poder persiguen a los que se atreven a alzar la voz hasta con el exterminio. O intimidan propagando versiones en extremo mentirosas.

Los males que abruman a Colombia se han acumulado con la permisividad de quienes tienen el manejo de las palancas del poder, en el Gobierno o el sector privado. Y al respecto abundan los hechos que confirman tantos desatinos. A veces aparece una luz promisoria como la del proceso de paz en marcha, contra la cual conspiran los beneficiarios de la desigualdad predominante.

Las violencias en todas sus formas son parte de los males que han atrapado al país. El conflicto armado de estos últimos 50 años ha dejado cuantiosos y graves destrozos. Son ocho millones de víctimas cuya reparación tomará tiempo y nunca será completa. Por eso mismo hay que salir de esa tormenta y sepultarla para siempre, con la decisión de no repetición.

Sin embargo, no es solamente la violencia a sangre y fuego el suplicio de Colombia. La corrupción es el otro monstruo que atrapa. El estruendoso descarrilamiento de la justicia por la desfachatez de  magistrados de las altas cortes y de tribunales, jueces, fiscales y otros empinados servidores públicos, pone en evidencia la magnitud de la podredumbre y su insoportable grado de su fetidez.

Ya es tiempo de liberarse de esa cadena de tanta opresión. Hay que construir el país de la paz, sin odios, sin mezquindad. El país de la igualdad de oportunidades, de la justicia sin mácula, de la decencia, donde nadie se sienta excluido y se tenga la satisfacción de la libertad.

Las violencias, las trampas, el narcotráfico, el abuso del poder, la discriminación, la intolerancia y la falta de justicia no pueden ser las flores del jardín de Colombia. Esas son las flores del mal. Hay que cultivar democracia en su mayor esplendor. Una tarea de todos los ciudadanos, regada con el voto en las elecciones.

Puntada

Alfonso Moreno sentía fascinación por la política y la asumió a su manera, opinando en las tertulias de amigos, leyendo, escribiendo, alineando electores. Hizo periodismo para informar de los hechos públicos y del turismo. Murió apegado a sus ideales. Dejó la huella de su amistad y de su alegría por la vida.

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